sábado, 18 de julio de 2009

LA GENERACION " Y"...


Los veloces cambios en la sociedad actual viene transformando toda la estructura de una nación, más aún cuando esos cambios se reflejan en las nuevas generaciones de profesionales, intelectuales, políticos, empresarios y militares.
Hoy con la información virtual, es decir al instante, al segundo la humanidad vive al compás de esos cambios que hace solo unos años todos creían que era imposible de creer. Así la medicina atravieza uno de sus mejores momentos como producto de las intensas investigaciones acerca de los misterios de las enfermedades más letales para el ser humano.
El intenso intercambio de información mueven a investigaciones de esas generaciones que algunos la pueden calificar como "Y", denominación que es analizada a fondo en un artículo que es de imprescindible lectura:
La nueva generación power
El gen Y



Después de la generación X vino la Y.
¿Qué son? ¿A qué responden?
Expertos en temas laborales los llaman "la generación más capacitada de la historia".
Nacieron entre 1978 y 1990, y son adictos a la información; son liberales y tolerantes, casi apolíticos, y están copando los puestos de trabajo. Pero también tienen su lado débil.

"Me gusta tu página web, está increíble", le dice Rosario a Jorge. Ambos se acaban de conocer hace diez minutos. Y en ese lapso Rosario jamás se metió a la red. Jorge está sorprendido, pero acepta gustoso el halago.

Un par de horas antes, Rosario preguntaba por teléfono quién más iba a la entrevista. "Yo le di un par de nombres". Rosario ingresó el de Jorge y se encontró con la página web de uno de sus negocios.

Dos extraños en teoría, no eran tan extraños. Ambos pertenecen a la generación Y, para algunos la generación del milenio o la generación Google, como bien prueba el rastreo de Rosario a Jorge antes de conocerlo.
Es esta la generación más capacitada de la historia en términos laborales por una simple razón: los que crecieron con un atari (los mayores) o con un Nintendo (los menores) fueron gradualmente sumando conocimientos digitales.

Ninguno de ellos pasó por el trauma de cambiar de máquina de escribir a un PC.
Tampoco pasaron por la vergüenza de no saber encender un computador.
El mail, las cámaras digitales, las redes sociales, se fueron integrando gradual y fácilmente a sus vidas. Y eso, en estos momentos, les da una ventaja sobre generaciones anteriores como los X o los baby boomers.
Juan Pablo Swett, director general de trabajando.com, los tiene identificados dentro del mercado laboral: "La principal ventaja de esta generación es que son gente innovadora, que tienden a la acción, y justamente gracias a que manejan la tecnología pueden llegar a mejores y más rápidos resultados en los distintos rubros en los que se desempeñen, e incluso, pueden optar a más alternativas de empleo".
Este tema no deja de ser relevante.
El experto en temas laborales Bruce Tulgan se hizo famoso hace una década cuando publicó Managing Generation X (Tratando a la generación X).
El libro les enseñó a los empleadores cómo tratar con los jóvenes profesionales que hacían sus primeras armas en los 90. Ahora acaba de poner en las librerías Not everyone gets a trophy (No todos obtienen un trofeo), metiéndose en el mismo tema, pero con la generación Y.
Aunque algunos expertos remontan los inicios de la generación Y a los nacidos en 1974, para Tulgan la cosa va entre 1978 y 1990 (los que tienen entre 19 y 31 años).
La tesis de Tulgan ya se dijo: "Los miembros de la generación Y representan la más capacitada fuerza de trabajo en la historia de la humanidad". Y para respaldarlo, el autor enumera sus características: tienen un gran dominio de la tecnología; son adictos a la información; poseen una amplia visión del mundo; son liberales y tolerantes, casi apolíticos; se adaptan fácilmente al cambio (de hecho, lo necesitan); viven cuestionándolo todo; y tienen una elevada sensibilidad social y gran conciencia ecológica.

El apellido de Rosario es Grez, el de Jorge es Meyers. Ella tiene 27 y él 32. Ambos llevan vidas completamente diferentes, pero se topan en más puntos de los que se podría suponer.
Aunque Rosario es periodista (trabaja de locutora en Radio Horizonte y es columnista de moda, entre otras cosas) y Jorge es un estudiante nocturno de ingeniería comercial (trabaja de día en una empresa de tasación inmobiliaria y en sus ratos libres maneja sus negocios relacionados con el turismo) ambos tienen una cosa clara: no saben qué estarán haciendo en cinco años, menos en diez.

"La verdad es que no me proyecto, lo único que sé o que espero es que voy a estar mejor", dice Jorge. "Haciendo las cosas bien, uno solo puede esperar eso". Rosario está de acuerdo: "Es muy difícil saber lo que voy a estar haciendo.
Ahora estoy bien, pero uno siempre tiene inquietudes. La gente ya no dura eternamente en sus trabajos. Tengo amigos que se cambian sin asco después de seis meses porque todo lo que buscaban era una experiencia. Aprender. Y luego irse".
Esa es quizás una de las principales debilidades de esta generación. A pesar de todas sus capacidades, de su fuerza y adaptabilidad, generalmente les cuesta permanecer en un puesto de trabajo por mucho tiempo. "No son personas fieles a una sola empresa; por lo tanto, en cualquier momento podrían abandonar su trabajo", dice Juan Pablo Sweet.
"Por este mismo motivo es que la experiencia que adquieran en cada rubro o área es mucho menor: tienen tendencia por la innovación, la acción y una gran capacidad de liderazgo. Son más libres y no se dejan influenciar por nada ni nadie. Su filosofía es ir viviendo los días de acuerdo con lo que ellos consideren correcto".
Ambos, Rosario y Jorge, viven intensamente, desarrollando diferentes tareas para diversas áreas. Y en eso los ayuda su manejo de la tecnología. "Mi blackberry me permite estar 100% conectado con mis negocios a pesar de que esté en el sur viendo asuntos de la empresa donde trabajo", dice Jorge.
Rosario cuenta que una de las cosas que valora en un trabajo es la flexibilidad laboral. "Para mí es crucial tener una cierta independencia. Trabajo físicamente en la radio, pero es importante poder saltarse un almuerzo para hacer otra cosa e ir trabajando tus horarios en relación con tus otros trabajos".
Felipe Carrasco, 27 años, docente de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Mayor y socio del estudio CLAP, concuerda con Jorge y Rosario. "Definitivamente, la tecnología para mí es la respuesta para abarcar de manera multidisciplinaria y simultáneamente todas mis inquietudes, vocacionales y laborales. Para mí, internet es la herramienta de difusión de mis habilidades y de mi trabajo".
Felipe representa esa capacidad de reinvención que se puede ver en Jorge y Rosario. El próximo año parte a hacer un máster en la Politécnica de Madrid. Y planea, desde allá, internacionalizar su estudio de arquitectura. "Busco hacer lo mismo que hago, pero a otro nivel, y este es un paso para eso. Estoy tratando de crecer con mis contactos y con mis colaboradores, para lograr utilizar la plataforma internacional", cuenta entusiasmado.
El sueño yuppie se acabó

Si algo caracteriza a los Y es su capacidad de sacrificar el tema monetario en pos de su felicidad personal. Rosario, Jorge y Felipe tienen en común la persecución de un sueño propio. Aunque no visualicen dónde estarán en 10 años más, ir cumpliendo sus metas inmediatas es lo que más los motiva. No es que la plata no les importe. A diferencia de los yuppies, el traje caro, el Rolex y el convertible no es lo único. Tiene que haber un balance entre realización personal y estabilidad económica. El que lo encuentra, está en el paraíso. Es el nuevo pragmatismo. El pragmatismo soñador.

El factor sueño tiene mucho que ver con la niñez que tuvieron.
En Estados Unidos, los Y no estuvieron marcados por la crisis económica de los 70 y sus recuerdos de la Guerra Fría son más bien difusos.
Los Y más jóvenes ni siquiera recuerdan la caída del Muro de Berlín. Algo parecido pasa en Chile.
Los Y nacieron en años conflictivos, pero no vivieron ni los toques de queda ni las protestas en carne propia. Los Y más viejos tienen nociones del plebiscito. Los Y más jóvenes no. Pero todos los Y vivieron plenamente una década de bonanza económica (los 90) en que buena parte de sus familias tuvieron acceso a disfrutar de lujos que antes no se daban.
Jorge, que es un Y de la vieja escuela, recuerda que en su niñez a las zapatillas se le cambiaban diez veces las suelas. "En mi adolescencia por primera vez vi que si las zapatillas se te rompían, se compraban unas nuevas".
Este marco de optimismo económico y de más apertura es el que siembra las bases para sacarse el pragmatismo a la hora de elegir una carrera.
Ya no se trata de ser abogado o doctor. "Un Y va estudiar lo que quiere estudiar", dice Verónica Aguayo, directora de planificación y nuevos negocios de Lado Humano, una empresa de asesorías y estudios especializada en tendencias. "La relación con sus padres fue marcada por la negociación en lugar de pedir permiso. Fueron educados desde la confianza. De ahí que ellos quieran aprender cosas distintas y trabajar o estudiar en lo que quieren".
Esto también se ve beneficiado por una amplia red de contactos. La facilidad para conocer gente a través de la red, de estar al tanto de todo lo que va pasando, de estar hiperconectado, les da un colchón social que en otras generaciones eran limitado a su círculo social más inmediato. "La tecnología en el caso de ellos humaniza", remarca Aguayo.
La gran deuda Y es su falta de confiabilidad para permanecer en el tiempo en sus lugares de trabajo. Las empresas pierden dinero al cambiar personal muy seguido, lo que es tomado en cuenta a la hora de contratar. Pero la batalla está lejos de haberse perdido.
"Si se les propone interesantes desafíos, podrán establecerse en la organización y proyectarse para que en el mediano plazo, incluso, puedan estar liderando la organización", dice Juan Pablo Swett.
Una generación que dejó las trancas atrás sí puede ser persuadida de ponerse la camiseta. Es una cuestión de motivación. Y los Y necesitan ser motivados para desplegar su máximo potencial. Está en el gen Y. De otra forma, preferirán el camino propio y hacer mil cosas a la vez. No es una opción totalmente mala, ¿no?

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