domingo, 28 de febrero de 2010

EL NUEVO PODER DE LOS MILITARES ESPAÑOLES

Hace una buena tanda de años el hoy desaparecido periodista peruano Guillermo Thorndike escribió un libro "No, Mi General", en donde reseña como son los militares que estuvieron cerca al ex Presidente Militar Juan Velasco Alvarado.


Libro, sin lugar a dudas, de lectura obligada para entender la polìtica peruana y es por eso que hoy que la crónica que nos describe a los generales españoles y su nueva visión con la España y el mundo de hoy.


Realmente hace muchos años no teniamos una idea del pensamiento militar, salvo aquellos especialistas en el tema, pero es bueno conocer que piensan y como razonan aquellos que durante 40 años fueron el soporte de uno de los gobiernos más duros de España, como fue la era de Francisco Franco:





Hablan los generales

JESÚS RODRÍGUEZ



No quieren ser los grandes mudos de la sociedad.

Están orgullosos de ser militares.

Por primera vez desde la Transición, un grupo de altos mandos de las Fuerzas Armadas, al frente de las unidades más poderosas y los grandes centros de pensamiento y de decisión de los ejércitos, hablan de su pasado, presente y futuro.

De las academias de Franco donde se educaron, de la noche del 23-F, de sus nuevas misiones al servicio de la sociedad.

Así son y así piensan los generales españoles.

No es fácil entrevistar a un general.

Menos aún a varios.

Este reportaje ha superado años de negativas.

El poder político nunca consideraba el momento oportuno.

Era una patata caliente.

Los altos mandos de las Fuerzas Armadas no hablaban desde la Transición.

Y siempre terminaban arrestados por la carga política de sus palabras.

A finales de 2005 conseguimos permiso del Ministerio de Defensa.

Se nos asignó un general de división para negociar las condiciones del reportaje.

Elaboramos una lista de altos mandos susceptibles de incluir en el artículo.

Y un calendario.

Sin embargo, en enero de 2006, el teniente general José Mena era destituido por el ministro Bono en respuesta a su discurso en la Pascua Militar donde criticaba el Estatuto de Cataluña y esgrimía la posibilidad de una intervención militar.

Se acabaron las conversaciones.

Tras continuas largas por correo electrónico, nuestro contacto se desvaneció.

En abril, José Bono abandonaba por sorpresa Defensa.

Y nuestro reportaje pasaba al olvido. Vuelta a empezar.

Su sucesor, José Antonio Alonso, no retomaría el asunto en sus dos años de gestión.


A finales de octubre de 2009 volvimos a la carga.

Había nueva ministra, Carme Chacón.

La aprobación fue inmediata.

A finales de noviembre presentamos una lista con una docena de generales que estábamos interesados en entrevistar.

Días más tarde, el ministerio nos propuso a siete que, tras ser sondeados, estaban dispuestos a encontrarse con EL PAÍS.

Tres pertenecían al Ejército de Tierra, dos a la Armada y dos al Ejército del Aire.

Había un alto cargo del órgano central (el director general de Política de Defensa), dos miembros del equipo del Estado Mayor de la Defensa (el Estado Mayor Conjunto y el Mando de Operaciones), dos jefes de grandes unidades (la Brigada de la Legión en Almería y el Grupo de Acción Naval Número 2 en Cádiz), el jefe de la Fuerza Interina de Naciones Unidas en Líbano y el propio jefe del Estado Mayor de la Defensa (Jemad), número uno de las Fuerzas Armadas.

Las entrevistas se realizarían a lo largo de una semana y media en sus destinos. Sin censores ni vetos.

Cero recelos.

En todos los casos, la acogida fue amistosa y sin reservas.

Comimos el cuestionable rancho de la Legión con el general jefe y sus oficiales en la base de Viator en los días en que la brigada comenzaba a entrenarse para relevar esta primavera al contingente español en Afganistán; y el más aceptable de la Armada, a bordo del buque de asalto anfibio Galicia, en aguas del Estrecho, en la cámara del contraalmirante, con su estado mayor.

Pocas semanas más tarde, otro buque a su mando, el Castilla, zarpaba en misión humanitaria rumbo a Haití.

Entramos en el puesto de mando del Jemad, el hermético Centro de Operaciones Conjuntas, en Madrid, donde se realiza la conducción de todas las operaciones en el exterior, mientras oficiales de los tres ejércitos uniformados de campaña tecleaban ordenadores y despachaban por videoconferencia con nuestras fuerzas en Líbano y las aguas del Índico.

Incluso descendimos al búnker del Ministerio de Defensa, siempre en estado de vigilia para afrontar situaciones de crisis. Con los siete generales hubo franqueza, transparencia y tuteo.

Los militares españoles quieren contar cómo son y lo que hacen.

Están satisfechos de su formación, tradiciones, transición y misiones.

Para el teniente general Juan Villamía, uno de los principales asesores de la ministra, "la mayor adaptación de la sociedad española en los últimos 30 años la hemos hecho nosotros. Hemos sido un modelo. Y sí, ¡estamos orgullosos! ¿Por qué no decirlo? Representamos lo que son los ciudadanos y somos una buena representación".

Los generales de este reportaje repiten hasta la saciedad que son parte de la sociedad.

"Aquí hay de todo, como en la sociedad de la que salimos y a la que pertenecemos. Que nos creen un prototipo es injusto. No somos ni más ni menos conservadores. Somos la sociedad y evolucionamos con ella", explica el general Varela.

Las reglas están claras.

Saben cuál es su papel.

Están bajo el mando del presidente del Gobierno, al que le corresponde, según la Ley Orgánica de 2005, "la dirección de la política de defensa y la determinación de sus objetivos, la gestión de las situaciones de crisis que afecten a la defensa y la dirección estratégica de las operaciones militares en caso de uso de la fuerza".

Los oficiales más jóvenes son también conscientes de que sólo unos pocos llegarán al generalato en unos ejércitos de un tercio del tamaño que tenían hace 30 años.

Mientras, están decididos a servir y disfrutar de cada destino. Se reafirman como militares. "No somos una ONG".

Han recuperado la autoestima.

Tras años de peregrinaje.

Se sienten útiles.

Incluso mejor pagados.

Como resumió al final de nuestra entrevista el vicealmirante Martínez Núñez, "es un magnífico momento para ser militar. Esto engancha si crees en lo que haces".

Tanto tiempo esperando y cuando por fin te sientas frente al general jefe de la Brigada de la Legión, Francisco Varela Salas: sólido físico de guerrillero, cabello a cepillo, ceñido uniforme legionario, botas de campaña, albacea de los 90 años de leyenda de este cuerpo de novios de la muerte cofundado por Franco, le pides que defina al Ejército y responde sin pestañear: "Somos una herramienta de la política exterior del Gobierno", comprendes que las Fuerzas Armadas han sufrido una metamorfosis. Y sus mandos en cabeza.


En España hay algo más de 200 generales; la mitad, en el Ejército de Tierra.

Los más jóvenes apenas superan los 50 años.

Sólo alcanzan el rango de general de brigada (o contraalmirante) entre el 5% y el 10% de cada promoción de las academias (algo más de 200 oficiales entre los tres ejércitos por curso).

Y la mitad de la mitad, el máximo empleo de teniente general o almirante.

Nuestros generales cobran como un profesor universitario y llevan una vida de clase media.

Todos han participado en misiones en el exterior.

Codo a codo con políticos, diplomáticos y miembros de ONG. Son expertos en inteligencia y nuevas tecnologías.

Diplomados de Estado Mayor (algo así como un MBA de las Fuerzas Armadas).

Y también curtidos hombres de acción.

A imagen y semejanza de su admirado Stanley McChrystal, el general jefe de la fuerza internacional en Afganistán, un brillante oficial de West Point, de 55 años, educado en Harvard, capaz de encabezar un comando de operaciones especiales en la captura de Sadam Husein y también de elaborar un informe para el presidente Obama explicándole cómo solucionar el embrollo afgano a través del desarrollo de la economía y el fortalecimiento de las instituciones del país.

"Ya no se trata de coger a los malos y matarlos, sino de ganarse a la población civil y ponerla de tu lado. Reconstruir el país. Y que vean que estás con ellos, que vas a protegerlos. Hay que lograr que los malos se queden sin apoyos. Se trata de derrotar al enemigo sin pegar un tiro", explica el general Varela, especialista en guerra irregular.

Para el Jemad, "los conflictos ya no los resuelven las Fuerzas Armadas. La guerra ya no se contempla. Los conflictos se resuelven con instituciones justas. Nosotros ganamos espacio seguro y las instituciones civiles hacen su trabajo".

Los nuevos generales tienen carreras y estudios civiles. Y un inglés a base de codos.

Familias numerosas y una cortesía de manual.

La mayoría se confiesa católico-practicante.

Y apolítico. "Yo, de uniforme, soy el general Asarta; el fiel de la balanza, y no puedo ni debo decantarme. Cuando me quito el uniforme soy un ciudadano y expreso mis ideas, pero nunca como general", explica el recién nombrado responsable de la ONU en Líbano.

"Cuando entras aquí, renuncias a derechos constitucionales como el de expresión o sindicación. Hemos asumido una regla, y si no te gusta, te vas", recalca el legionario general Varela.

Son hijos de militares, pero no padres de militares.

Sus hijos han optado por carreras civiles. En su caso, el Ejército fue un destino manifiesto.

Un futuro con visibilidad social y seguridad económica inducido por unos padres veteranos de guerra.

Nuestros siete generales ingresaron en las academias en los estertores del franquismo.

Alguno, con el dictador en el lecho de muerte.

Recibieron una educación muy conservadora, exigente, pobre en idiomas y más técnica que humanista.

Machista.

Basada en tradiciones.

Alejada de la sociedad civil.

Con marchas de madrugada, exámenes a diario y un control estricto de la conducta de cada joven oficial, todo sumido en un fuerte sentido corporativo y de culto al compañerismo.

Cada ejército en el que ingresaron tenía un estilo muy definido. Que aún subsiste. Y defienden a capa y espada. Aunque el futuro de las operaciones militares sea conjunto.

Y la ley ya describa a las Fuerzas Armadas como "una entidad única".

La elitista, purista y endogámica marina de guerra posibilitaba un mayor control de la institución sobre el oficial: a bordo de un buque, el comandante es dios; y por el medio en que se desenvuelven, los océanos libres e inabarcables, y los largos tiempos de navegación, se han convertido en expertos en comunicaciones, comercio internacional, suministro energético y, sobre todo, estrategia.

Son especialistas en establecer objetivos a largo plazo.


Por contra, el Ejército del Aire, el último en llegar, cuenta con menos tradiciones y parentescos y siempre ha ofrecido un perfil más moderno, tecnológico, frío y osado; su criterio es la inmediatez y la precisión; a los mandos de un reactor de caza, un ordenador con alas, no se puede parar el tiempo, hay que tomar decisiones en segundos.

En el numeroso y más modesto Ejército de Tierra, los orígenes sociales de los oficiales siempre estuvieron mezclados: desde aristócratas hasta hijos de campesinos en busca de un ascensor social.

Es difícil esbozar un perfil del oficial de Tierra de los setenta, más allá del autorreclutamiento, la meritocracia y cierto complejo de inferioridad.

Fueron los últimos en salir al extranjero.

Se resarcieron.

Hoy, todos sus oficiales se han bregado en el exterior.

El oficial de Tierra está pegado al suelo; ve la cara al enemigo y contempla de cerca el sufrimiento; es responsable de convivir con la población civil.

De resolver situaciones sobre la marcha. Es el ejército que ocupa. Que muere. Y gana la guerra.

Nuestros siete generales responden de una u otra forma al retrato robot de su ejército.

Incluso en su apariencia física. Y su discurso.

De la frialdad atlética del Jemad, antiguo piloto de F-18, a la contundencia corporal de los paracas Varela y Asarta, a la educación británica del vicealmirante Martínez Núñez.

Más allá de sus peculiaridades corporativas, vivirían los mismos cinco años de internado en las academias militares del franquismo: burbujas que les aislarían de los frenéticos tiempos que corrían en España durante la agonía del régimen.

Afirman rotundos que nunca hablaban de política.

No sabían de política.

"Yo pensaba en estudiar y hacer deporte", recuerda Alberto Asarta.

"No me enteraba de nada. No tenía puntos de referencia. Ahora sales fuera, ves otros ejércitos, otros gobiernos. Nosotros no habíamos salido nunca. Nuestra ideología era el Decálogo del cadete que redactó Franco cuando era director de la Academia; aquello de: ?Tener amor a la responsabilidad y decisión para resolver".

"No había debate; no era una formación ideologizada; en la Academia se vivían los valores de la Academia y no había la mínima discusión política", describe el teniente general Juan Villamía, que continúa: "Nuestra formación militar era resultado del momento; de la guerra fría. Nuestros profesores también eran militares y de algunas cosas no sabían demasiado, pero tenían un buen hacer".

"Es cierto, los oficiales de las Fuerzas Armadas somos conservadores de unos valores que vienen del pasado y que aprendimos en las academias, pero eso no quiere decir que estemos politizados", explica el contraalmirante Juan Rodríguez Garat.

"Con Franco estaban politizados ciertos generales, no las Fuerzas Armadas. Hay que mantener la política alejada de lo militar. Que la perspectiva de tu carrera no esté influenciada por quién mande. Nosotros somos leales a un Gobierno, no a un partido".

"¿Franco? Sabíamos que era el fundador de la Academia de Zaragoza y allí estaba su estatua. Pero no tenía una presencia política. Estaba por un hecho histórico. Y así lo veíamos", recuerda el general Varela. "No había tiempo para tanto análisis. Nuestra vida era muy dura. Pero la formación era la mejor que se podía conseguir. Y nos daba unos valores, compañerismo, honor, valentía, sacrificio, que hoy se están perdiendo".

-¿Y que son necesarios?

-Nosotros los potenciamos en nuestra gente. Un día les puedes exigir a tus soldados que se jueguen la vida, y sin esos valores no es algo fácil de ordenar ni de cumplir.

¿fueron militares vocacionales?

Entre estos siete generales hubo de todo. Eran muy jóvenes cuando ingresaron. Y el Ejército, su única referencia. El Jemad, general del Aire Julio Rodríguez, habla de una vocación sobrevenida: "Yo no había visto otra cosa que el Ejército del Aire. A mí lo que me llamaba la atención era volar. Luego me fue entrando la vocación militar. La Academia era lo que había aunque hoy se pueda criticar. Nuestra misión era defender el territorio nacional. Y nuestra obligación, dominar el sistema de armas. Pilotar. Y lo aprendíamos bien. Yo recuerdo lo bueno. A mis 50 compañeros. La Academia te forja; es unión, convivencia. Pero, claro, aquella sociedad tenía unos parámetros muy distintos a los actuales. Era autoritaria. Y la información que recibíamos era una. Ya de oficial me convertí en un lector compulsivo de periódicos y en mis primeros viajes a Francia, a comienzos de los setenta, tras la compra de los reactores Mirage por el Ejército del Aire, comencé a leer libros editados por Ruedo Ibérico de autores que no se publicaban en España: Hugh Thomas, Gerald Brenan, Pierre Villar. Y vas aprendiendo. Hoy no me considero un conservador. Para nada. Y no me refiero a la política, sino a mis ideas sobre la vida".

Fueron educados para defender a España del enemigo exterior y, de paso, de las acechanzas del interior.

Los malos estaban perfectamente identificados: dentro de nuestro territorio, la subversión; fuera, el Pacto de Varsovia.

La amenaza roja.

Era un mundo bipolar, al contrario que hoy, donde las amenazas a las que se enfrentan son infinitas, imprevisibles y cambiantes (como se demostró en el atentado de las Torres Gemelas), y forman un espeso puré en el que se mezclan desde el terrorismo internacional hasta el crimen organizado; desde los estados fallidos, los extremismos religiosos y los nacionalismos extremos hasta los piratas y los ciberterroristas; desde las hambrunas hasta las armas de destrucción masiva.

La caída de una ficha puede arrastrar al resto. Ya no hay uniformes ni banderas ni campos de batalla. Ni fronteras. Eso se acabó. Una de las funciones del vicealmirante Martínez Núñez, jefe de la división de estrategia y planes del Estado Mayor Conjunto, y su centenar de oficiales/analistas, es prever esas amenazas.

Y estar preparados para combatirlas: "Ser los primeros en concebir qué cosas podrían afectar a España militarmente. Estudiar los escenarios y las relaciones internacionales. Adelantarnos. Es un trabajo de análisis y síntesis con el que orientamos la preparación conjunta y definimos las capacidades que necesitamos en los ejércitos. Ya no es contra quién luchas, sino cómo luchas". En esa línea, al Jemad le gusta repetir: "Hay que ganar la batalla cuando aún no ha comenzado".

Para lograrlo, los militares tienen que estar listos para trabajar en cualquier lugar del mundo y en combinación con los ejércitos de nuestros aliados.

Con ese objetivo se entrenan.

El nuevo modelo son unas Fuerzas Armadas reducidas, móviles y avanzadas.

Basadas en la inteligencia y las nuevas tecnologías.

Capaces de proyectarse en horas y dar seguridad, interponerse, estabilizar, pacificar, reconstruir y combatir; defender nuestros intereses donde sea preciso y, lo que es más revolucionario, sin sufrir bajas ni causarlas al adversario.

Y sin dejar de lado sus misiones permanentes (defender nuestro territorio, espacio aéreo y aguas). Y responder a las situaciones de emergencia y catástrofe que ocurran en el país. Y sin parar de modernizarse. Apretándose el cinturón. Y bajo el escrutinio del Parlamento y los medios de comunicación.

Pero cuando nuestros protagonistas recibieron el título de oficial en los setenta llegaban a unas Fuerzas Armadas sobredimensionadas, obsoletas y estáticas; donde los soldados eran de reemplazo, los oficiales estaban mal pagados y el material era de desecho.

Cada ejército iba a lo suyo: contaba con su propio ministerio e intereses, una extensa e inoperante presencia territorial y disparidad de métodos, estrategia y equipamiento.

Las grandes unidades rodeaban las ciudades como un cepo. Y los oficiales de los tres ejércitos no se conocían ni en fotografía. El Convenio de España con Estados Unidos (1953) había dado oxígeno al franquismo y un nuevo horizonte a los oficiales del Aire y la Armada. Esos aires apenas rozaron al sufrido Ejército de Tierra.

Que era la columna vertebral del régimen.

Y sus generales tenían poco que ver con esa combinación de guerreros, analistas, diplomáticos y comunicadores en que se han convertido nuestros protagonistas.

Hace 30 años eran glorias del pasado cargados de cicatrices y medallas. Héroes más que gestores.

Jefes indiscutibles.

Distantes con el subordinado.

Con más brillo social que peculio.

Hasta 1984, todos los tenientes generales y almirantes en activo que hacían lobby contra la democracia eran triunfadores de la Guerra Civil.

Y lo demostraban.

Eran la primera autoridad de cada región; verdaderos virreyes.

En Barcelona aún recuerdan al capitán general de Cataluña pasando por delante del presidente de la Generalitat a comienzos de los ochenta. En Madrid, el jefe de la I Región era considerado durante el franquismo el guardián del régimen. Esa idea permaneció inalterada durante los primeros años de democracia.

Los generales se sentían depositarios de unas esencias con las que debía comulgar la población.

Durante el mandato de Franco pertenecían al generalato el jefe del Estado, el presidente y el vicepresidente; un tercio de los ministros y la quinta parte de los procuradores en Cortes; decenas de subsecretarios, directores generales y gobernadores civiles; los generales presidían el INI, muchas empresas públicas y eran hasta embajadores; dirigían la Seguridad del Estado, los servicios de información, la Policía, la Guardia Civil y la Cruz Roja. Había hasta un obispo castrense con las estrellas de general de división bordadas en la sotana.

Y 64 calles en Madrid con nombre de general, la mayoría compañeros de viaje de Franco.

Sin olvidar el Consejo Supremo de Justicia Militar, presidido por un teniente general, que extendía su radio de acción penal hasta los delitos políticos realizados por civiles hasta bien entrados los ochenta.

Los generales mandaban en lo suyo e influían en el resto. Era un Ejército temido, no un Ejército querido. Y llegó la democracia.

"Yo siempre digo: Si me dais un colectivo para reformar, que sea el Ejército, que al menos hay disciplina", afirma Narcís Serra, ministro de Defensa entre 1982 y 1991, y transformador de aquellas Fuerzas Armadas.

Serra rechazó dos veces la cartera de Defensa que le ofrecía Felipe González y sólo la aceptó, por responsabilidad política, después de que se descubriera una trama militar golpista que iba a actuar al filo de las elecciones del 28 de octubre de 1982
.

"El problema era que los militares digirieran que un socialista fuese su jefe. Pero me recibieron con corrección. No hubo ni asomo de falta de respeto. Y yo aprendí rápido. Hoy puedo decir que los militares han hecho mejor su transición que otros grandes colectivos del servicio público del Estado. Y hay menos tensión entre los militares españoles y su ministra de Defensa que entre los controladores aéreos y el de Fomento".

Uno de los oficiales que trabajaron para Narcís Serra en el ministerio, que con los años llegaría a la cumbre del Ejército y pide mantenerse en el anonimato, describe la situación militar que se encontraron González y Serra al llegar al Ejecutivo: "El presidente no mandaba en las Fuerzas Armadas. Su papel no estaba claro. La cadena de mando iba desde el Rey hasta los ejércitos a través de la Junta de Jefes de Estado Mayor (Jujem), que tenía mando militar. Hasta 1984 se hablaba en el Ejército de dos cadenas: el mando político administrativo y el militar y operativo. Y el presidente y el ministro no tenían realmente mando militar. No tocaban pelota. Y fue así hasta que la Ley de 1984 dio competencias claras al presidente del Gobierno y la Jujem pasó de ser un ?órgano colegiado superior de la cadena de mando militar de los tres ejércitos? a un órgano asesor. Y se reforzó el poder del Jemad como interlocutor del presidente. Era una forma de decir a los militares que su papel era distinto del que habían tenido hasta entonces; que los tiempos estaban cambiando. Y debían adaptarse".

Hay una imagen captada por la fotógrafa Marisa Flórez el 8 de diciembre de 1982 que muestra a Felipe González y Narcís Serra, recién cumplidos los 40, rodeados de adustos generales durante una misa en la División Acorazada en honor de la Inmaculada Concepción.

El presidente socialista y su responsable de Defensa habían tomado posesión cinco días antes.

Visten abrigos oscuros abotonados hasta el cuello y tienen el gesto desencajado.

Bajo la tribuna en la que presiden firmes la ceremonia se adivina el perfil de decenas de carros de combate.

Los mismos que a punto estuvieron de ocupar Madrid un año y medio antes, la noche del 23-F. Este documento inmortaliza el comienzo de la reforma militar.

"Nunca he pasado tanto frío como aquella mañana de diciembre", recuerda Serra.

"La idea genial fue que asistiera el presidente del Gobierno cuando en la Acorazada nadie le esperaba. Era escenificar quién mandaba. El general Gutiérrez Mellado había hecho bien su trabajo: que las Fuerzas Armadas entendieran que ya no podían intervenir en política; el segundo paso era mío: que comprendieran que era el Gobierno el que daba las órdenes. En el verano de 1983 diseñé un nuevo marco en el que quedaba claro que las Fuerzas Armadas estaban subordinadas al Gobierno y por delegación estaba el ministro. Que los mandos tenían que ser unipersonales, como el Jemad, y cada uno debía responder de sus actos; y los órganos colegiados, la Junta de Jefes de Estado Mayor y los Consejos Superiores de cada ejército, pasaban a ser meros asesores. Me ayudaron Manfred Werner, que era el ministro de Defensa alemán, y el francés, Charles Hernu. Y un grupo de jóvenes y entusiastas oficiales que trabajaban en mi gabinete, encabezados por el general Veguillas, al que luego asesinó ETA".

-¿En su política de ascensos a general postergó a algún oficial por su ideología conservadora?

-Nunca. Nuestro acierto fue reformar y no depurar. Y reformar es siempre el camino más difícil. No se vetó a nadie por su ideología conservadora, pero tampoco permití lo contrario: que los ejércitos vetaran a nadie para el generalato por ser progresista ni que se me impusiera a nadie para el ascenso ni que se me ocultara nada.

-¿Cuándo terminó la reforma?

-A partir de 1986. Con la entrada en la OTAN y en la UEO. Se fortaleció el sentimiento de que el ministro era clave en el nuevo escenario de alianzas. Y paralelamente comenzaron las misiones internacionales. Cambió la mentalidad de los militares. La Transición había terminado.

El general Rodríguez es hoy un Jemad con atribuciones bien definidas y reforzadas; es el principal asesor militar del presidente del Gobierno y el mando de la estructura operativa de las Fuerzas Armadas bajo la dependencia de la ministra. Rodríguez, listo, intuitivo, socarrón, con unos ojos grises clavados en su rostro de filósofo griego, educado en el concepto de responsabilidad individual propia del piloto de combate, es un firme partidario de que en el Ejército cada palo aguante su vela. O, lo que es lo mismo, corporativismo, lo justo. "Cada uno tiene que tener una misión clara; yo tomo mis decisiones, y no se las paso ni al superior ni al inferior. Los jefes de Estado Mayor de cada ejército tienen la misión de preparar la fuerza y ponerla al servicio del Jemad, que la utiliza en las operaciones. Y es mi responsabilidad. Y la acepto. Esto tiene que ser operativo y funcional. El Gobierno necesita un interlocutor, no cuatro".

Cuando se realizó aquella vieja fotografía de 1982 en la División Acorazada, nuestros siete generales eran jóvenes tenientes y capitanes inmersos en los destinos más operativos de las Fuerzas Armadas.

En el lento camino hacia el generalato.

El hoy Jemad, a los mandos de un Mirage; el general Varela, en unidades de operaciones especiales; el general Asarta, en fuerzas paracaidistas; el contraalmirante Rodríguez Garat y el vicealmirante Martínez Núñez, navegando; el general Sánchez Ortega, en la Escuela Militar de Paracaidismo, y el teniente general Villamía, en un regimiento de zapadores.

A finales de esa década, las nuevas misiones internacionales en que se iban a implicar las Fuerzas Armadas les pillarían preparados.

Era la primera generación de oficiales que iba a trabajar fuera de nuestras fronteras.

Un cambio de horizonte.

Y de mentalidad.

La guerra fría había terminado.

La dictadura era historia.

Y el Ejército debía buscar un nuevo papel.

Los siete comenzarían nuevo doctorado que llevaría al contraalmirante Rodríguez Garat a la Escuela de Guerra en Londres; al actual Jemad, a Múnich; al general Varela, a la Antártida y Bosnia; al general Asarta, a El Salvador y Estrasburgo; a los generales Villamía y Ortega, a Bruselas, y al vicealmirante Martínez Núñez, a operaciones en aguas de todo el planeta.

Ya nada sería lo mismo. Aprenderían a moverse fuera de su entorno y, lo que es más importante, a trabajar con oficiales de otros ejércitos y otros países.

Y con civiles.

Un contacto que reforzaría su autoestima.

Eran capaces de hacerlo.

Mejor que otros.

Y la sociedad les aplaudía.

Y se reflejaba en las encuestas.

Hasta los americanos les consultaban sobre sus sofisticadas técnicas para relacionarse con la población civil en Bosnia.

"Jamón, queso y vino", resumió el entonces comandante Varela. "Tratarlos como personas. Y eso lo sabe hacer el soldado español".

Desde 1989, nuestras Fuerzas Armadas han participado en 50 misiones en el exterior por las que han pasado 100.000 militares y en las que han muerto 150 militares en acto de servicio.

Prácticamente nuestros primeros caídos desde la Guerra Civil.

Las guerras ya no son guerras.

Pero los nuevos tiempos también implican riesgo. Y dolor.

Los militares no viajan por el mundo repartiendo tiritas.

Y eso ya lo aprendieron en Bosnia con 11 muertos.

Ahí están las imágenes en Herat (Afganistán) del hoy general Sánchez Ortega, el 9 de noviembre de 2008, despidiendo emocionado los cadáveres de dos de sus soldados, el cabo primero Rubén Alonso Ríos y el brigada Juan Andrés Suárez García, asesinados por los talibanes.

O del general Asarta, en Nayaf (Irak), el 4 de abril de 2004; ligero parecido con John Wayne; casco, chaleco de combate y fusil G-63 al hombro, dando las últimas órdenes a su centenar de hombres para defender la base Al Andalus del ataque de miles de seguidores del clérigo chiita Al Sader.

"Lo hicimos tan bien que no tuvimos ninguna baja", explica el primer general español que asume la jefatura de una misión de Naciones Unidas, la de Líbano.

Nuestros siete protagonistas ingresaron en el ejército de ayer, lo han convertido en el de hoy y trabajan por el de mañana.

¿Cómo debe ser la generación de generales que vengan después de ellos y en la que en torno a 2017 habrá por primera vez mujeres?

De sus respuestas se dibuja el retrato robot de un soldado adaptado y comprometido con la sociedad en la que vive; que posea el chip de servir y ayudar; que no esté obsesionado con los ascensos, sino con disfrutar cada destino; abierto y flexible; osado, curioso y polivalente; próximo a sus subordinados; que sea capaz de mirar hacia fuera; que vea los ejércitos en su conjunto y no se detenga en el color del uniforme; que sea un hombre de pensamiento y de acción; que tenga experiencia de mando y no sea un oficial de despacho; que consiga que sus subordinados le sigan en la dirección correcta.

Capaz de exigir y enfrentarse al máximo sacrificio.

Que sea práctico y esté orientado a los resultados.

Y, sobre todo, que sepa bregar con los medios de comunicación.

"Siempre nos hemos vendido muy mal", recapitula el general Asarta. "Somos los grandes desconocidos de este país".

No sólo él lo piensa.

Hay unas palabras del Jemad al final de un discurso que pronunció en noviembre ante los futuros generales, que hace unos años hubiera sido inconcebible en boca del número uno de las Fuerzas Armadas: "Nuestra transformación estará realizada cuando al encontrarse con un periodista, un general perciba una oportunidad más que una amenaza". En eso están.

DESPUES DEL PODER: JOSE MARIA AZNAR

Una sabrosa crónica de los quehaceres de la vida del ex Jefe de Gobierno español, José María Aznar nos ofrece un periodista, como Luis Gómez, que nos deleita con una sólida redacción de un personaje catalogado de talla mundial.


Los cambios que sufren y padecen los ex Jefes de Gobierno es para tomarlos en cuenta más aún cuando estamos acostumbrados ha mirarlos y escucharlos como si ellos aún tuvieron ese gigantesco poder que los conduce a decidir por millones de personas y más cuando existen temas mundiales que hacen que los ojos del mundo los miren.


Es por eso que les ofrecemos esta impactante crónica:






REPORTAJE: ES AZNAR

Aquí estoy yo, por el periodista Luis Gómez de El País

Brusco e incómodo incluso para los suyos, el ex presidente José María Aznar desata ciclones a su paso. Tras haber abandonado la presidencia con 51 años, ha esculpido sus abdominales, ganado un buen dinero y labrado amistades tan fulgurantes como poco ortodoxas. Pero no está dispuesto a hacer concesiones políticas. Ahora menos que antes. Porque es un halcón y se siente libre.



Algunas cosas han cambiado del hombre discreto que fue Aznar. Este pasado verano, por ejemplo, fue noticia un curioso detalle de su nueva residencia en Marbella. No es que la vivienda tuviera una dimensión desproporcionada a pesar de estar enclavada en una lujosa urbanización. La casa de Aznar no es muy diferente de otras parcelas situadas en los alrededores del hoyo 15 del campo de golf de Guadalmina. Lujo moderado, si así puede llamarse.

Lo que llamó la atención fue la bandera española que ondea en un imponente mástil que se eleva los suficientes metros del suelo como para ser visible en lontananza. No parece la mejor decisión, para alguien que debe vivir todavía sujeto a escolta policial, señalar de tan peculiar manera dónde vive. El asta de Aznar en Marbella.

El hecho no pasó inadvertido en los alrededores (muy proclives al cotilleo de todo cuanto huela a famoseo) y fue divulgado en revistas locales, incluidas las de grueso papel cuché, alguna de las cuales apostaba por un probable fenómeno de imitación. No parece haber sucedido, y la bandera más alta que ondeaba en los alrededores de San Pedro de Alcántara fue este verano la de Aznar.



La bandera despertó comentarios para todos los gustos. Y es que de un tiempo a esta parte son frecuentes los episodios en los que Aznar termina envuelto en polémica o acapara el foco de los medios de comunicación. Demasiado frecuentes para el gusto de sus compañeros del Partido Popular, que preferirían a un ex presidente que llamara menos la atención.

El último capítulo es bien reciente: la imagen de Aznar levantando de forma grosera el dedo anular hacia unos estudiantes que le insultaban en un acto en Oviedo ha dado la vuelta al mundo por Internet. Tampoco es la imagen más elegante que pueda ofrecer un ex presidente. Pueden ser síntomas de que el hombre discreto que fue Aznar ha dejado de serlo.

¿Ha cambiado Aznar?

¿Ha decidido andar por libre?

¿Hacia dónde dirige sus pasos?

¿Tiene hoja de ruta? Aznar lleva más de un lustro interpretando la condición de ex presidente, alejado de la primera línea política.

¿Cuál es el horizonte que se le presenta en estas condiciones a un hombre con 56 años, casado, con tres hijos y tres nietos?

Algunas cosas tendrían que cambiar necesariamente en la vida de José María Aznar por el mero hecho de haber puesto punto y final a su carrera política de forma voluntaria a los 51 años. Si se le compara con Felipe González, que se convirtió en ex presidente (tras perder unas elecciones, bien es cierto) con 54, parece evidente que la joven democracia española produce jóvenes ex presidentes. ¿Demasiado pronto?

Si se tiene en cuenta que Nicolas Sarkozy, tan sólo dos años más joven, parece tener cuerda para rato, se muestra dinámico y rejuvenecido (gracias también a la compañía de su joven esposa), así lo parece. Sí, quizá era demasiado pronto. Aznar se obligó a emprender un reto vital convertido en un ex presidente a una edad temprana: conformarse con un retiro silencioso o volverse a poner en el mercado para otros menesteres.

"Lo lógico sería que, a partir del día después, se vuelva más natural el personaje y el público que lo rodea", sostiene un ex asesor de Aznar, quien ha reflexionado sobre el problema de ubicación que tienen los ex presidentes en España. "Tendrán que pasar unos cuantos individuos más por esa condición para que la apreciemos de una forma más natural.

Aquí, el estatus del ex presidente lo estamos ensayando todavía. Tenemos un problema: somos una democracia parlamentaria y estamos hablando de hombres que han interpretado un papel más elevado que el de un primer ministro. Cada vez son más un jefe de Estado".

"Por ese motivo, la vida de ex se la tiene que inventar", apunta otro ex colaborador, con entrada libre en La Moncloa durante algunos años. "Mantienes la escolta y el coche oficial, pero el desnivel entre lo que has sido y lo que ahora eres es muy grande.

En Estados Unidos, un ex presidente se convierte en un padre de la patria, y aquí sigue siendo un político. Es un eclipse grande. En España la condición de ex presidente no está acondicionada. Se le puede censurar, pero no se hace con el mismo respeto que en otros países. Los retiramos jóvenes. Vamos quemando en oleadas a gente joven.

La población no lo es tanto". "Y además", añade, "nada más dejar de ser presidentes, siguen teniendo mucho poder. Comienza una temporada de tanteo, de confusión. Le pasó también a Felipe González".

Opinar sobre Aznar es incómodo para sus antiguos colaboradores y no digamos para quienes pueden ser considerados cercanos a su entorno actual, razón por la cual prácticamente todas las entrevistas para este reportaje han debido realizarse bajo la condición de confidencialidad.

Subsiste todavía cierto temor, una enorme resistencia a hacer públicas reflexiones en torno a la figura del líder que ha sido Aznar. Igualmente, varias han sido las negativas. Hay algunas razones más: sabido es que EL PAÍS no es del agrado de Aznar y que entre sus colaboradores más cercanos abunda la opinión de que este medio tampoco ha sido amable con Aznar. Sea como fuere, algunos contestan. ¿Ha cambiado Aznar?: "No ha dejado de ser el mismo Aznar de siempre", señala un veterano diputado, en otros tiempos más cercano al presidente, "sólo que más enjuto y más fuerte.

Es el mismo perro de presa, metódico, laborioso como un contable. Aznar necesita método, orden, trabajo. Felipe es más complejo. La operación de seguir en política era inviable. Aznar no lo consideró. Nadie se lo sugirió. No cabía más que en el Consejo de Estado. Aquella fórmula estuvo bien: instituciones consultivas que no quieres que tengan demasiado brillo".

Pero Aznar terminó dejando su puesto en el Consejo de Estado. Su posición era incompatible con su sueldo como asesor de Rupert Murdoch, todopoderoso magnate de los medios de comunicación. "Debía diseñar su futuro y un futuro fuera de aquí. Tenía que abrirse al mundo exterior. Tenía dos cuestiones pendientes: conservarse joven y hablar inglés. Domina el inglés y ya tenemos en él a un atleta".

Un proyecto de vida a los 51 años. Aznar se propuso mejorar su apariencia física y perfeccionar su inglés. "No tenía ni idea de inglés. Había estudiado francés, lo entendía y apenas lo hablaba". El Aznar metódico se puso en marcha, y a una edad donde es difícil aprender un idioma para una persona sin facilidad para ello, lo consiguió.

No es aquel Aznar de sus primeras intervenciones públicas en Estados Unidos, cuando leía discursos en inglés con un acento lamentable. Su inglés actual es bueno, en lo que han colaborado sus frecuentes viajes. Responde entrevistas en inglés, se expresa con un vocabulario muy apropiado y entona con un acento más que razonable.

Y cambió su físico. Las últimas fotografías en bañador han evidenciado la aparición de unos músculos abdominales de cierta consideración. Está delgado, fibroso. No es una apariencia que se consiga en unas cuantas sesiones. Los expertos saben que es necesario un esfuerzo diario para alcanzar ese estado ("varios miles de abdominales al día", sostiene Bernardino Lombao, su entrenador, con un entusiasmo que parece exagerado).

En cualquier caso, es la demostración de hasta dónde alcanza la tenacidad de este hombre. "Aznar ha incorporado la actividad física a su estilo de vida", sostiene Lombao, "entrena los siete días de la semana, esté donde esté; lo mismo corre por los caminos de tierra que bordean el río Potomac que utiliza el gimnasio del hotel donde se hospeda". Su aspecto no es producto de un par de jornadas a la semana.

"Aznar no es un francotirador de fines de semana. Es un fondista nato", añade. Le pega. Según su entrenador, hace un kilómetro en cuatro minutos, y algunos escoltas no pueden seguirle. Cuida sus comidas y duerme más horas que cuando era presidente.

Esos dos detalles de Aznar han tenido diversas lecturas dentro del Partido Popular. Si el Aznar bilingüe es interpretado como un magnífico ejemplo de superación (la mala suerte de Aznar es que se han quedado en el archivo de YouTube sus peores momentos con este idioma), no sucede lo mismo con el Aznar musculoso.

Algunos lo atribuyen a una respuesta adolescente propia de quienes rebasan la barrera de los 50. Otros le reprochan las dosis de exhibicionismo que ello supone, impropias de quien no parecía dado a estas demostraciones. Hay quien apunta cierta contradicción en Aznar: "Pasa por ser un imitador de todo lo anglosajón, y en el caso de su apariencia física resulta que se berlusconiza, tratando de aparentar que es alguien eternamente joven".

También han advertido que el Aznar fibroso y resistente se ha vuelto un hombre más coqueto, con tendencia a ser exclusivamente simpático con las mujeres y tan seco como de costumbre con los hombres. El sentido del humor de Aznar no parece su mejor característica, pero entre los populares se dividen las opiniones entre los que le han visto tan adusto como siempre y quienes, sin embargo, le han encontrado más entrañable y más irónico.

Así se dice de él en privado, porque en público algunas de sus ironías ("las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber, déjame que las beba tranquilamente...", dijo en un acto en Valladolid aludiendo al endurecimiento de las sanciones de tráfico) no acaban de ser bien entendidas. "No es y no lo será nunca un buen contador de chistes", se atreve a pronosticar un diputado.

Pero Aznar no es sólo un ex presidente que se dedica a mejorar su inglés y a cultivar sus abdominales. Aznar es Aznar. Guste o no, sigue siendo una referencia en el Partido Popular y en la reciente historia de la democracia española. "La izquierda le tiene miedo, por eso le quieren cortar las piernas", señala Miguel Ángel Rodríguez, uno de los escasos ex colaboradores suyos que no pide confidencialidad.


"No han olvidado que fue el hombre que logró reunir 11 millones de votos para la derecha. Aquello fue como ganar Roland Garros. Y aunque ha habido un distanciamiento entre Aznar y quienes ahora dirigen el partido, nunca podrán despegarse del todo. Aznar representa para el Partido Popular lo mismo que la saga de los Kennedy al Partido Demócrata".

Aznar no buscó un retiro. No se limitó a su papel de conferenciante (cobra un promedio de 27.000 euros por acto, gastos aparte) o como profesor asociado de Georgetown. Sentó sus reales en la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES).


La cambió de arriba abajo, para transformarla en una punta de lanza de la ideología neocon en Europa. Y comenzó a viajar. Por todo el mundo, pero sobre todo por Latinoamérica y Estados Unidos. Según FAES, en 2009 pasó 224 días fuera de España para recorrer 365.000 kilómetros (el equivalente a nueve vueltas al mundo) y visitar 18 países, algunos de ellos varias veces. Paralelamente, aceptó cargos de asesoramiento para compañías muy diversas (medios de comunicación, energéticas, inmobiliarias, fondos de inversión).

Y firmó un contrato con la editorial Planeta, de la que se han producido cuatro libros (Ocho años de Gobierno, una visión personal de España, en 2004; Retratos y perfiles, de Fraga a Bush, en 2005; Cartas a un joven español, en 2007; España puede salir de la crisis, en 2009). Es decir, no ha dejado de hacer política y no ha dejado de ganar dinero. Ésa es su actual hoja de ruta, pero nadie sabe a ciencia cierta hacia dónde conduce.

A través de sus libros y sus conferencias, Aznar ha consolidado una forma de interpretar el mundo muy alineada con las tesis de los neoconservadores americanos. Cuando habla, parece un candidato republicano con pequeños matices. Ni siquiera es cercano a los conservadores europeos.

Aznar es un halcón. Proclama las esencias de la libertad y de la democracia con recetas al más puro estilo republicano: libertad de mercado, menor intervencionismo del Estado, desregularización, impuestos más bajos, inmigración regulada. Aznar es firme defensor de la energía nuclear y ferviente escéptico respecto del cambio climático, aspecto éste del que se distancia abiertamente de sus colegas británicos, alemanes y franceses.

Defiende a la familia y las raíces cristianas de Europa. Y en Europa es atlantista. Lo suyo no es una alianza de civilizaciones, sino una alianza occidental. Europa debe ir de la mano de Estados Unidos tanto en materia económica como de defensa. No es partidario de ampliar la UE. No es partidario de una Europa federal, sino de limitar las competencias de Bruselas y dejar una mayor autonomía a lo que denomina Estados-nación.

Habla de España como solución y no como problema, parafraseando a Ortega. Cita a Cánovas, a Sagasta, algo menos a Azaña que en otros tiempos, pero su inspiración más potente nace de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. De su patrimonio ideológico, el concepto que más le caracteriza frente a otros políticos es el rechazo a lo que él considera relativismo, que le sirve para azuzar contra los intelectuales de izquierda, contra los pacifistas, contra los ecologistas, incluso contra los artistas, a quienes acusa de ser condescendientes con los dos males que aquejan al mundo occidental, el totalitarismo y el terrorismo islamista.

Su esquema es compacto. Cerrado. Duro. "Reagan junto a Margaret Thatcher y otros líderes del mundo libre decidieron no intentar un diálogo con el comunismo para tratar de contenerlo. Sabían que los totalitarismos interpretan cualquier diálogo como una concesión, y cada concesión hace crecer la amenaza", dijo en un discurso. Aznar es un halcón.

"Es curioso cómo Aznar, que ha tomado como modelo a figuras como Margaret Thatcher, Ronald Reagan o el propio Bush, no ha seguido esos mismos modelos en su calidad de ex mandatarios. Thatcher se retiró y desapareció de la escena con una enorme elegancia británica: dejó actuar a Major y nunca se interpuso. Lo mismo han hecho Reagan y Bush. Y eso que Reagan tenía un enorme carisma público. Nada se supo de él hasta que comenzó a conocerse su enfermedad".

Dentro del Partido Popular, no todas las opiniones son coincidentes sobre el vestuario ideológico que se ha confeccionado Aznar a partir de FAES. "FAES era una forma de buscarle un sitio donde pudiera hacer política internacional con un diseño institucional para no quemarlo.

A partir de FAES, Aznar se encaminó hacia una vía anglosajona para una fundación de centro, más tank que think. No es un despachito con apariencia. Funciona", admite un diputado, cuya opinión no concuerda con la de otro compañero: "No estoy de acuerdo. FAES nació con otra idea, por eso se eligió el color naranja y un nombre que pareciera muy técnico y no tan ideológico, pero se ha convertido en un núcleo duro de los neocon, promocionado aquí por periodistas del entorno de Esperanza Aguirre o de Libertad Digital.

Es su tarjeta de visita. Sigue un modelo anticuado, más propio de primeros de los años 2000. No tiene capacidad de interlocución. No se relaciona fuera de su universo. No tiene relaciones con universidades públicas o con privadas de cierto prestigio. Sólo se relaciona con el CEU o con universidades católicas, tanto aquí como en Latinoamérica. Basta con leer la nómina de autores, los perfiles de sus publicaciones.

Gente como Pilar del Castillo, como Alfredo Timmermans, como Miguel Ángel Cortés, con otra proyección intelectual, se quedaron fuera". Desde FAES, las cosas se ven de manera diferente. La propia fundación publica un estudio de la Universidad de Pensilvania según el cual FAES ha subido al puesto 32 entre los think tank más prestigiosos fuera de Estados Unidos. Sólo hay otra fundación española en este ranking, el Instituto Elcano, en el puesto 50.

FAES, por otra parte, es la fundación relacionada con partidos políticos que recibe más dinero en concepto de subvenciones públicas (2,68 millones de euros en 2009). Su presupuesto se completa con donaciones privadas.

Sin embargo, las relaciones entre FAES y el Partido Popular no son fluidas. Cada uno va por su camino, y esa brecha se acentúa con el paso de los meses, sobre todo a partir del congreso de los populares celebrado en Valencia en junio de 2008. Este congreso ha sido interpretado por los analistas como un punto de inflexión: el momento a partir del cual el PP de Aznar comenzó a ser el PP de Rajoy.

En aquel momento se escenificó la ruptura de Rajoy con Aznar. Hubo una puesta en escena, un saludo poco afectuoso de Aznar, un discurso del líder ("primero ganamos las elecciones y luego dialogamos") y, finalmente, un equipo a la medida de Rajoy, del que quedaron fuera gente como Acebes y Zaplana, en el que tomaron posiciones Arenas y las nuevas caras femeninas de Rajoy (Cospedal y Sáez de Santamaría), y en el que Aguirre volvió a perder una batalla ante Gallardón. Pero si los partidarios de Rajoy afirman que desde entonces Aznar "ya no pinta nada en el partido", otros creen que Aznar mantiene una capacidad de influencia.

Un suceso vino a desequilibrar tiempo después la balanza. El caso Gürtel, una investigación policial que ponía de manifiesto casos de corrupción y tráfico de influencias utilizando el Partido Popular. Aun siendo una bomba de relojería dentro del partido, era evidente que los imputados pertenecieron al entorno del partido dirigido por Aznar y poco tenían que ver con el equipo de Rajoy. Ana Botella hizo unas declaraciones al respecto cuando creyó entender que el PP de Rajoy parecía querer desentenderse de una defensa numantina de algunos imputados.

En el caso particular de Aznar, el escándalo no alcanzó más cerca que algunas sospechas en torno a su yerno, Alejandro Agag, quien, por cierto, desde entonces ha desaparecido de la escena pública. Su caso no ha pasado a ser de perfil bajo, sino de perfil cero.

Habían pasado cuatro años de su retirada. El PP había perdido las elecciones de marzo de 2008. A la vista de los hechos, Aznar estaba muy lejos de haber seguido el modelo de retirada elegante de Margaret Thatcher.

"¿Qué hizo de original Aznar en todo este tiempo? Probablemente, lo de Murdoch, poniéndose a tiro como consejero del primer millonario del mundo de medios de comunicación", sostiene un ex colaborador suyo. Aznar no ha sido el primer ex presidente que ha fichado como asesor de una multinacional. Sin embargo, a su fichaje por la News Corporation le siguieron otros más. Aparece, entonces, Aznar como un hombre que gana dinero. Ficha por News Corporation con un sueldo de 148.000 euros anuales.

Ficha también por Centaurus Capital, un fondo de inversión, puesto que dejó dos años después. Asesora a Doheny Global Group, una empresa con intereses energéticos en la Europa del Este, y a JER Partners, otra empresa con raíces inmobiliarias en países latinoamericanos. Se entrevista con presidentes y candidatos. Se le considera como un hombre que puede abrir puertas en determinados países.

Algunas de sus apariciones en Latinoamérica no acaban de ser bien vistas, como su manifiesto apoyo al candidato derechista chileno Sebastián Piñera, a quien presentó como "el presidente de Chile" semanas antes de celebrarse las elecciones. ¿Cuál es la frontera entre una actividad política privada y el simple tráfico de influencias privado? ¿A quién representa Aznar fuera de España? ¿Adónde conduce su hoja de ruta?

"Aznar tiene mejor prensa fuera que dentro.

Maneja un nivel de relaciones internacionales muy alto. Sigue siendo amigo de Blair. Con Putin, por ejemplo, mantuvo una gran sintonía. Se le dan los tipos aparentemente duros. Y tiene fama de político serio. Como la tiene Felipe.

No habría sido extraño que en la búsqueda de dirigentes europeos capaces de darle impulso a la Unión Europea se hubiera barajado la figura de Aznar, como de hecho se barajó la de Felipe", apunta un dirigente popular. "Pero el problema de Aznar", señala otro miembro del partido, "es que se ha escorado mucho en una línea ideológica muy cerrada: quizá si se busca un perfil duro, sea el hombre idóneo, pero en Europa se busca un perfil más dialogante".

Una actividad tan intensa, donde se mezclan actividades privadas de carácter político aprovechando el colchón de FAES junto a actividades de representación para compañías multinacionales, es difícil de evaluar.

Da la sensación de que Aznar va por libre: gana mucho dinero por sus asesoramientos y mantiene alto su nivel de relaciones políticas. Nadie acierta a pronosticar cuál es su destino, sobre todo teniendo en cuenta que sigue siendo un hombre joven y que, como se puede apreciar, la forma física le acompaña.

Es evidente que su empresa familiar Famaztella, SL (acrónimo de Familia Aznar Botella), aumenta su facturación de año en año, y en algunas publicaciones que citan los registros mercantiles sus beneficios superan el millón de euros. No es tampoco ninguna novedad que los ex presidentes tengan una saneada cuenta corriente tras su retirada. Sin embargo, el problema sería menor si no fuera porque sus intervenciones en España no dejan de causar estragos en la opinión pública.

Hace bien poco llamó "pirómano" a Zapatero, y tiempo atrás provocó otro escándalo cuando Montserrat Nebrera, ex presidenta del PP de Cataluña, desveló en un libro un comentario de Aznar acerca de que "la población catalana está enferma", que fue inmediatamente contestado desde FAES.

Sus comentarios; sus vacaciones junto a un personaje como Flavio Briatore, más propio del cuché que del papel salmón; sus abdominales, no son actos propios de quien ha aceptado un discreto segundo plano. Tampoco concuerdan con quien hizo gala ante sus fieles de ser un hombre con una acusada capacidad de autocontrol.

"Aznar es nuestra memoria", dice un joven diputado popular. "No podemos repudiarlo. Ahora que estamos en crisis económica, su gestión es el mejor ejemplo que podemos dar para que los españoles nos vuelvan a ofrecer su confianza. Por eso, para la gente del partido genera mucho dolor no reconocerse en él en algunas cosas que hace en público".

Posiblemente, Aznar se ha vuelto menos discreto. Quizá vaya por libre. Pero algunas cosas apenas han cambiado: en todo este tiempo no reconoce haber cometido errores bajo su mandato. En las escasas entrevistas que ha concedido, la casi totalidad en medios afines, apenas le han interrogado por las polémicas que le rodean de vez en cuando.

Sin embargo, hay una frase que el propio Aznar desliza para explicar que todo cuanto hace se mide con una lupa distorsionada: "Hay una obsesión por mí". Casi la misma frase que soltó tras el incidente protagonizado en Oviedo: "No podéis vivir sin mí". Es el Aznar que no está dispuesto a dar concesiones. Y ahora menos que antes. Porque es un halcón. Y se siente libre.

En un posado para el semanal de Abc, Aznar aparece con su perro, un labrador negro. Nombre del perro: Sam. "¿Por qué Sam?", le preguntan. "Lo pusieron mis nietos", contestó sin concesiones.

Un periodista describió así las fotografías que le acompañan en su despacho en FAES: "Sobre las baldas, algunas fotografías enmarcadas. Unas, de presidente del Gobierno o conferenciante en Georgetown; otras, de padre, esposo y abuelo. Con Juan Pablo II, junto a otros mandatarios mundiales en la cumbre de las Rocosas o del brazo de su hija Ana. Más imágenes: sus tres nietos sonrientes, Ana Botella muy bronceada y, en otro flanco, la toma de Perejil, bandera sacudida por el Levante en un risco pelado".

También el viento de levante sacude la bandera en su residencia cercana al hoyo 15 del campo de golf de Guadalmina. Es visible a larga distancia. Una forma de decir aquí estoy yo. No, la suya no ha sido una retirada discreta.


Perlas de José María Aznar

» Irak. "Puede estar usted seguro y pueden estar seguras todas las personas que nos ven que les estoy diciendo la verdad. El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva" (2003, en vísperas de la invasión de Irak). "No había armas de destrucción masiva. Tengo el problema de no haber sido tan listo de saberlo antes. Nadie lo sabía" (Madrid, 2007).

» Que pidan perdón los musulmanes. "Mucha gente en el mundo islámico clama al Papa para que pida disculpas por su discurso. Yo nunca he oído a ningún musulmán pedirme a mí disculpas por haber conquistado España y por haber mantenido su presencia en España durante ocho siglos. Nunca" (Washington, 2006).

» Los Reyes Católicos. "A los extremistas les espantan Quevedo, Cervantes o los Reyes Católicos. Van a impedir que en las escuelas se estudie la literatura y la historia de España. No lo impedirán allí donde gobierne el PP, pero, desgraciadamente, sí donde gobierne el PSOE. Es el precio del extremismo" (Madrid, 2007).

» La izquierda es la mala. "La izquierda es una fuerza reaccionaria, no revolucionaria; es una fuerza conservadora, no progresista; es una fuerza ciega a la realidad y encerrada en sí misma, sin ninguna alternativa viable" (Roma, 2006).

» ZP, el pirómano. "Estamos en uno de los momentos más críticos de nuestra historia. En poco más de un año, el actual Gobierno ha llevado a España al borde del abismo. España corre riesgos de desintegración y balcanización, de volver históricamente a las andadas" (México, 2005). "Para Zapatero es opinable que los terroristas sean siempre terroristas, un atentado puede ser un crimen execrable o un accidente, depende" (Madrid, 2008). "El jefe de los pirómanos no puede ser nunca el capitán de los bomberos, y España necesita un gran equipo de bomberos" (Oviedo, 2010).

» El vino al volante. "¿Y quién te ha dicho que quiero que conduzcas por mí? A mí no me gusta que me digan no puede ir usted a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto (...) Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber, déjame que las beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie ni hago daño a los demás" (Valladolid, 2007).

sábado, 13 de febrero de 2010

LA ANGURRIA DE PODER Y LOS ENEMIGOS DEL PERIODISMO

El conocido periodista peruano, Gustavo Gorriti, a su mejor estilo, acaba de poner en blanco y negro una de las terribles acciones de un gobierno que, a todas luces, utiliza como fachada a la DEMOCRACIA para enquistarse en el PODER, como apunta al gobierno que dirige Alvaro Uribe en Colombia.


En reciente columna publicada en la revista peruana "Caretas" y bajo el título "Los Enemigos del Periodismo", debió agregarle también a ese título "por la angurria del Poder", nos describe una bien montada maquinaria intimidatoria, amenazante y terrofíca para arrinconar a los hombres de prensa.


Es bueno que reflexionemos sobre esta delicada situación que viven los periodistas colombianos, pero claro está para aquellos que luchan y se enfrentan a los poderosos. El artículo:





Gustavo Gorriti:

Enemigos del Periodismo

Me pregunto si Hugo Chávez y Álvaro Uribe saben cuánto se necesitan entre sí. Tontos no son y habrán comprendido que en su caso la enemistad es una alianza. Ambos se fortalecen en la controlada confrontación y ambos tienen en el periodismo que de veras investiga a un enemigo en común.

De los dos, quizá es Uribe quien saca mejor provecho de la pugna. Chávez es un dictador astuto pero también ramplón y chabacano. Su retórica tropical no necesita consistencia sino sobre todo estridencia. ¿Qué importa llamarse socialista cuando se es un oligarca petrolero? ¿Qué significa hacer rodar por la boca el nombre de Bolívar cuando se cuenta como aliados a algunos de los peores déspotas del mundo, como Lukashenko de Bielorrusia y Ahmadineyad de Irán?

Claro que la bastedad tropical tiene sus ventajas. Chávez no necesita disimular su intención de montarse en el poder por el resto de su vida, mientras que Uribe –a quien ganas no le faltan–, necesita guardar las apariencias aún bajo el riesgo de que las apariencias le ganen a él.

Lo que sucede es que la trayectoria democrática de Uribe no es precisamente impoluta. En un pasado reciente, Fujimori enseñó en el Perú cómo practicar una dictadura travesti (que se viste, se maquilla y se rellena de aparente democracia, pero que en lo que cuenta, por más que se lo esconda, sigue siendo una dictadura). No le han faltado luego imitadores, por lo general más cautos y con montesinos más pequeños y manejables.
¿Cómo reconocerlos? Uno de los criterios con menor margen de error es su actitud hacia el periodismo de investigación. La revelación de la verdad de los hechos es alergénica para todo tipo de dictadura, incluyendo, claro está, a las travestis. Chávez detesta a la prensa libre, especialmente a la que investiga, pero lo mismo sucede, sin duda, con Uribe.

El uno puede dársela de antiyanqui (aunque las cajas registradoras de los grifos Citgo trinen a través de Estados Unidos recibiendo los dólares que llegarán a sus bolivarianos bolsillos) y hasta de ayatola con maracas; y el otro de tan proyanqui que hasta los representantes estadounidenses le pidieron en una ocasión que no vaya tanto a Washington; pero la vena autoritaria enmascarada en hipocresías más o menos elaboradas, se hace transparente cuando el periodismo de investigación los amenaza.
Aunque en otros aspectos ha de ser más cauto, la hostilidad de Uribe hacia los periodistas que investigan los hechos de las guerras antidrogas y contra las FARC, ha sido vitriólica, desbocada y en ocasiones hasta incitadora de violencia.
Digamos que en el país de los falsos positivos y de una brutal contrarreforma agraria que ha construido nuevos latifundios mediante el despojo armado, hay mucho que investigar.

En diciembre pasado, la revista Semana descubrió y publicó una “guía de instrucciones”, un minimanual sobre cómo amenazar a periodistas. Sus autores anónimos eran funcionarios del DAS (Departamento Administrativo de Seguridad), la policía secreta colombiana, que depende directamente de la presidencia de la república.
El objetivo de las amenazas fue, en el caso revelado, la periodista Claudia Duque. La amenaza en sí no fue contra ella sino contra su hija, que entonces tenía 10 años.
Duque investigaba, en 2004, el crimen del humorista Jaime Garzón, especialmente la forma en la que el DAS había desviado la investigación policial.

Años después, la Fiscalía colombiana encontró, entre varios documentos recogidos en allanamientos en la sede del DAS, una guía con instrucciones precisas sobre cómo amenazar eficaz e impunemente a la periodista.

El documento subraya que Duque podía identificar las llamadas y que grababa sus conversaciones. Luego, recomienda llamar desde una cabina cercana a una instalación de la Policía colombiana, para desviar las sospechas hacia ella. Instruye que no se debe tartamudear ni hacer una llamada de más de 49 segundos. Llamar desde un teléfono de tarjeta por si esa llamada es devuelta. Constatar que no haya cámaras de seguridad, aunque sean de tránsito. Llegar solo y en autobús hasta el lugar de la llamada. Poner mucha atención en las medidas de seguridad, dado que Duque llamaría de inmediato a un oficial de la Policía colombiana encargado de los derechos humanos quien, según los del DAS, “en otras oportunidades nos ha afectado institucionalmente”).

La llamada empezaba muy educadamente: “Buenas tardes. Por favor, ¿la doctora Claudia Julieta Duque se encuentra?” Continuaba la brusca transición entre el tono de cortesía relamida y la intimidación brutal: “Señora, es usted la mamá de María Alejandra… Pues le cuento que no nos dejó otra salida… Nos tocó meternos con lo que más quiere, eso le pasa por perra y por meterse en lo que no le importa vieja gonorrea hijueputa”. La amenaza se hizo todavía más específica. Amenazaron con violar a la hija de Duque, quemarla viva, esparcir los dedos por la casa. Duque salió de Colombia con su hija.

La amenaza, hay que repetirlo, la hizo, con dinero del Estado, un funcionario del DAS, que depende de la presidencia de la república.

Poco antes de abandonar su país, cuando Duque denunció las amenazas en un programa de radio, el entonces subdirector del DAS, un tal Emiro Rojas, interrumpió para advertir que la iba a denunciar por calumnia e injuria.

En un caso relacionado, hace un año, Uribe acusó al renombrado periodista Hollman Morris, director del programa “Contravía”, de ser un “terrorista”, por la labor periodística que realizó en la selva colombiana. Sometido a una investigación de la Fiscalía, ésta concluyó que Morris había actuado con propiedad en su labor de periodista. A la luz de lo que se sabe, dice ahora Morris, el “terrorista’ es otro.

El DAS organizó y llevó a cabo, en el caso de Morris, acciones de desprestigio y amenaza. Tanto Uribe como su ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos, lo describieron como cercano o afín a las FARC, mientras insultaban a los que investigaron a sus entonces funcionarios, el ex Fiscal Luis Camilo Osorio, el ex director del DAS Jorge Noguera y el ex subdirector Miguel Narváez, implicados ahora todos ellos por complicidad con los paramilitares. Narváez está, además, específicamente investigado por su papel en el asesinato de Jaime Garzón.

Uribe, por supuesto, no se ha disculpado.

La semana pasada, además, la CEET (Casa Editorial El Tiempo) anunció el despido intempestivo de los directores de la revista Cambio, Rodrigo Pardo, y María Elvira Samper. Cambio fue la revista fundada por Gabriel García Márquez, que hizo una especialidad de la denuncia, la investigación, el periodismo de fuerza. Era ahora propiedad del grupo El Tiempo, cuyo accionista principal es hoy una multinacional, la corporación editorial Planeta.

Los dueños actuales indicaron que Cambio se convertirá ahora en una revista de entretenimiento, a tono con los tiempos, para leerse bajo la secadora de pelo, en la manicure y quizá hasta en el retrete. La castración de la revista, dijeron, obedecía solo a razones comerciales.

Tienen razón, pero no por los motivos que adujeron. Como explicó el medio electrónico La Silla Vacía, es cierto que los “de Planeta tienen claro que se trata de un negocio y que lo único que importa son las utilidades”. Pero no se trata de ganar o perder en una revista, sino de “sobre todo ganarse el tercer canal, que será un negocio multimillonario, y que depende en gran parte del Gobierno dada su alta representación en la Comisión Nacional de Televisión”.

El gobierno de Uribe detestaba a Cambio. Ahora, Planeta le hizo un favor y probablemente espera la reciprocidad televisiva. Total, para quienes dirigen el sistema de hoy, de concentración y propiedad cruzada de los medios, la comunicación es entretenimiento y éste es plata. Y mientras se hinchen las cuentas, la verdad, el periodismo y, si mucho aprieta, la democracia, pueden irse a la mierda.