sábado, 17 de octubre de 2009

BIELSA CHILENO?

Solo para reflexionar sobre Bielsa, el estratega llamado "LOCO" que logró la clasificación de Chile al Mundial de Sudáfrica 2010.






Tres miradas sobre Bielsa


Desde la admiración y cierto desconcierto, desde la calle y la emoción, desde el análisis y la estrategia. Se llenan páginas con él, pero sigue siendo un misterio. Tres cronistas que describieran de perfil y costado al técnico que le devolvió el alma a la Roja tras doce años de ausencia en el Mundial.



NO LO ENTIENDO , MAESTRO

Antonio Martínez

Las afirmaciones son las siguientes:

a) "Es mucho más fácil señalar que uno que está fuera debería ingresar, que indicar quién es el que sale para que solucione lo que proponemos y qué solución para el equilibrio del equipo le vamos a poner".

b) "Le diría que una manifestación de felicidad no necesariamente se traduce a una expresión que justifique la normativa estándar, ya sea impuesta por la sociedad o lo que supuestamente le da origen a las características".

Una afirmación es de Marcelo Bielsa y la otra es de Stefan Kramer, parodiando al entrenador, y no es simple detectar la verdadera de la falsa, porque está el ingenio del cómico y una materia dudosa y líquida, que no se está quieta y da poca confianza, porque la ciencia del fútbol transita entre dos áreas únicas: la sabiduría y la palabrería.

Como tantas cosas: cursos de liderazgo, sanación energética, seminarios para emprendedores, iniciación en la aromaterapia, coaching ontológico o los consejos radiales del indio amazónico.

En verdad, como todo, porque quizás en esto consiste el progreso, buscar la quinta pata del animal, pensar sin pausa, especializarse lo más que se pueda, relacionar lo disperso, buscar otros rumbos, explicar lo inexplicable, encontrar palabras nuevas y siempre, por cierto, tratar de vivir para contarlo.

Idealmente en vivir bien y para eso un sueldo, en el caso de Marcelo Bielsa y colaboradores, son un millón 300 mil dólares por año y el contrato vence después del Mundial de 2010.

"Estoy absolutamente convencido de que la fama y el dinero son valores intrascendentes", asegura el entrenador, con la certeza y a lo mejor con el pudor, del hombre que sabe lo que tiene e incluso lo puede contar, y por eso habla.

El entrenador argentino vive bien, pero se aloja en el complejo de Juan Pinto Durán, es decir, vive en la oficina, entre esas paredes, sobre esas canchas y sale lo mínimo de una gruta de unas tres estrellas, donde los que siempre están son la gente común: cocinero, porteros y empleadas.

En verdad, cuando llegó a Chile intentó ser como cualquiera, tomó una bicicleta y salió a las calles no de Santiago, para no sobreactuarse, pero si a las calles de la ciudad de Graz, en Austria, donde fue con la selección. Nada más pedalear dos cuadras, aparecieron las cámaras, autos, filmadoras y todas las armas de los enviados especiales.

Meses después viajó a la ciudad de Hioto, Japón, y como estaba en medio de un tratamiento dental, se le desprendió el puente, pero igual dirigió el entrenamiento para su mala suerte y la buena del zoom del fotógrafo que mostró la noticia: el entrenador desdentado.

Le puso más candados a Pinto Durán, ordenó levantar en varios metros las cercas y en las conferencias de prensa, en las largas respuestas y en sus entrelíneas, se leía cansancio, rabia y desprecio por esa tropa de preguntones que al primer descuido le clavaban las puyas, las banderillas y el estoque.

Y amplió la protección a su esposa, la arquitecta Laura Bracalenti y a sus dos jóvenes hijas, Inés y Mercedes, que donde mejor están es lejos de Chile, por las tierras y fincas de Rosario, a kilómetros de lo que podrían ser las cosas: en el mapa de la socialité y en el todo Santiago.

Ese mundo debe ser lo más parecido al infierno para Bielsa, un leproso, porque es hincha de Newells'All Boys y un intelectual de provincia, que transita por los márgenes, quizás cabizbajo, porque la felicidad dura minutos y después del triunfo, viene lo que él llama "una soledad indescriptible".

Noventa minutos es lo que dura un partido y en ese tiempo, Bielsa está en trance, concentrado al máximo, sólo pensando en el fútbol, gritando, gesticulando y sudando de ardor y pasión.

Después viene el silencio, el ostracismo, la reserva y a veces sale de su gruta, porque su gran ilusión, probablemente, es que el fútbol haga mejor a una persona, a un país e incluso al mundo.

En rigor, espera que así sea, pero apenas le quedan esperanzas: "Cuando observo de qué manera son descritos hacia el público los ídolos, lamento muchísimo que se jerarquicen ese tipo de cosas, que se los describan millonarios, que se los describan famosos, que se los describan extraídos de la realidad social, fuera del contacto con la gente común".

Por eso, al final de una de sus conferencias, agradeció la colaboración de Fernando Saffie, comerciante; Teresa Rey y Nelson Rozas y Pedro González, directora y funcionarios del Parque Metropolitano, y Vanina Anabalón, ejecutiva de LAN, entre otros. Gente común.

Vive en la gruta de Juan Pinto Durán, como si fuera un anacoreta o un maestro shaolin, dedicado a la contemplación de miles de partidos en directo, diferido o grabados en video; y a la penitencia, porque cuando no está a dieta, está pensando en ponerse a dieta.

Es un maestro que se viste siempre igual, de buzo, y que enseña el fútbol como arte marcial, pero es un argentino, es decir, análisis y pizza, reflexión más ñoqui, contemplación con facturas y medialunas.

En ocasiones abandona Pinto Durán en su Nissan Tiida Sedán, que no es como el Nissan V16 que tuvo en México o el Fiat 147 en Argentina, y ninguno se compara con los que conducen sus dirigidos chilenos: Dodge Durango, Mazda CX9 o Audi R8 Blanco, que están en la categoría de auto de futbolista, que no es exclusiva de la profesión.

El de Bielsa es un auto común, aunque el entrenador argentino es el maestro y los jugadores son los pequeños saltamontes en sus magníficos vehículos lustrados.

Como en la vieja serie de televisión Kung Fu, donde el maestro habla y enseña con acertijos y metáforas, porque traduce la realidad y descubre su apariencia, para que la verdad pobre y desnuda la encuentre el que quiera y pueda.

Y de ahí surgen los conceptos.

"La clave es recuperarla rápido y tardar en perderla", afirma Bielsa y lo dicho con tanta claridad sale de la crisálida y se convierte en concepto.

En sus largas conferencias de prensa, explica con detalle la estrategia y el plan y con minucia la táctica de sus decisiones a un auditorio de periodistas interesados por el triunfo o la derrota, al igual que los lectores, porque de eso se trata, pero no necesariamente.

En el Colegio Sagrado Corazón de Rosario, donde estudió, Marcelo Bielsa acudió a dar una conferencia y a los alumnos les advirtió: "Los momentos de mi vida en los que yo he crecido tienen que ver con los fracasos; los momentos de mi vida en los que yo he empeorado, tienen que ver con el éxito. El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peor, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos".

Así que los chilenos, en esta hora de Mundial, de triunfo y tan especial, ya sufren los primeros síntomas del mal, que no se notan, porque al comienzo todo es imperceptible: como el amor, como la revolución, como el juego de la selección al comienzo de las Clasificatorias.

El maestro, entonces, les enseña a los pequeños saltamontes los ejercicios y tácticas, también a controlar la rabia y soportar la paciencia. No es fácil, porque la distancia entre la sabiduría y la palabrería es la misma que hay entre el triunfo y la derrota. Casi nada.

Cuando las grullas vuelan entre las nubes quién se esconde del sol: ¿las nubes o la grulla?

Si es la grulla, la afirmación verdadera es la a). Pero si es la nube, es la b)

No lo entiendo, maestro.

LA FIEBRE DEL LOCO

Gazi jalil F.

Hay demasiado cariño alrededor mío. Mientras me paseo como un extraño en medio de la caótica felicidad de Plaza Italia, un sujeto envuelto con una bandera chilena me abraza y me besa en la mejilla, repleto de orgullo.

Veo muchas otras cosas en esta fiesta tras la clasificación. Veo a un tipo calvo que llora superado por la emoción. Veo a un amigo habitualmente compuesto trepando a un semáforo para hacer flamear su bandera. Veo un auto con un cartel en el vidrio trasero que dice: "Bielsa Santo Súbito". Veo a una mujer de edad que grita y salta a punto de un síncope. Veo al tipo que está parado sobre los hombros de Baquedano y a otros encaramados en los mástiles y pienso que algún día va a pasar algo malo aquí. Veo millones de papelitos cayendo como lluvia roja.

He visto y escuchado de todo en estos últimos días. En los despachos de televisión escuché a un hincha diciendo que era chileno de toda la vida. Otro decía que era chileno de alma. Escuché a Alexis Sánchez afirmar que ahora podemos ser campeones del mundo. Algo parecido le oí al ministro Vidal. Escuché también que en un programa deportivo buscan sobrenombre para el arquero Bravo. Y escuché a una mujer joven fuera de sí gritando que nos vamos de safari y a una señora con un vino en caja en las manos diciendo que iba a celebrar sola.

He escuchado sin parar frases como "Bielsa cambió para siempre el fútbol chileno" o "Bielsa es el mejor entrenador del mundo". Dadas las circunstancias, todo esto es, digamos, comprensible: Bielsa ahora, hoy, en este momento, es todo: está en las conversaciones de la calle, en los comerciales de TV, en la oficina, en los asados, se aparece en los sueños, se escribe en los muros, se vende en los kioscos. Bielsa es tema hasta entre gente que no sabe de fútbol y se ha hecho tan conocido, tan propio, que podría haber una foto de él en nuestros álbumes familiares.

Hoy sé más de Bielsa que de mis amigos. Sé dónde estudió, sé de sus compañeros de infancia en Rosario, sé quienes fueron sus profesores y quién fue su primer DT; conozco la casa en que vivía y la calle en donde jugaba. No sé nada de la familia de Acosta ni de la de Sulantay ni de la de Olmos, pero sé que la hermana de Bielsa fue vicegobernadora y que su hermano es abogado y ex canciller y que su padre jamás lo ha ido a ver a una cancha de fútbol. Todo lo sé porque lo he visto y leído mil veces. Sé cómo ha sobrevivido al fracaso y a las frustraciones. Sé, por ejemplo, que no fue un gran futbolista y que siendo DT, la prensa argentina lo sepultó tras el Mundial de Corea-Japón. Y sé cómo ha utilizado eso para llevar a un puñado de jugadores buenos, pero no brillantes, a Sudáfrica.

Sé demasiadas cosas de él. Me doy cuenta ahora, mientras escucho a un tipo que entona Puro Chile es tu cielo azulado en Plaza Italia y termina con un "No te mueras nunca, Bielsa". Sé que se dicen de él algunas cosas que lo transforman en una leyenda: que casi no duerme, que casi no transpira, que casi no toma vacaciones, que no usa celular. He leído incluso dos artículos en la prensa de cómo-Bielsa-no-me-dio-la-entrevista, lo que lo convierte en noticia hasta cuando no es noticia.

Así ha sido en los últimos meses. Bielsa ha pasado de entrenador argentino a ídolo nacional. De hombre de bajo perfil a candidato presidencial. De trabajólico y obsesivo a santo. De loco a gurú. "Es el mejor argentino del mundo", me grita en la calle un tipo igualito a Nicanor Parra. Y pareciera que ahora nadie quiere que se vaya. Los jugadores le piden que se quede a dirigir la selección después de Sudáfrica. La gente le implora que se radique en Santiago. Y diputados proponen darle la nacionalidad.

Bielsa ha entrado al cuadro de honor de los extranjeros en Chile, el mismo cuadro en donde alguna vez estuvo otro argentino: Horacio de la Peña. La gente en Plaza Italia, en Santiago y en el país, se ha vuelto loca por el DT. Toca las bocinas por él. Llora. Le reza. Le canta.

Y lo único que ha hecho es hacer bien su trabajo.

EL DISCRETO ENCANTO DE LA AUTORIDAD

Alfredo Sepúlveda

En otras circunstancias sería un escándalo. La administración decide cambiar a toda la gerencia. Fuera los chilenos de siempre: traerán argentinos. El nuevo gerente general es un tipo con fama de "loco", un obseso, hosco oso de temperamento impredecible al que casi no se le puede sacar palabra y que se encierra por horas a revisar videos. Dicen que en otra empresa reventó a patadas una puerta porque no se consiguieron los resultados frente a la competencia. Para venir a este nuevo empleo en otro país no exige que le paguen departamentos lujosos ni que le compren un Lamborghini, solo pide que le permitan vivir en una de las oficinas y que, eso sí, reemplacen el vetusto sistema informático. Además, otro funcionario nuevo, el gerente comercial, tapa con fraternales groserías a los empleados en los pasillos para que rindan lo que él estima que son capaces. La nueva gerencia considera que esta práctica es un "incentivo".

Si alguna vez hubo buena onda en la empresa, si al empleado estrella le dolía la cabeza y llegaba más tarde sin que nadie hiciera mayor problema, eso se acaba de raíz: fuera con el empleado estrella. Además, los nuevos jerarcas cobran cifras históricas -por lo altas- para la empresa... y no garantizan resultado alguno, salvo vaguedades como "honestidad", "trabajo" y "esfuerzo", y el presidente del Directorio está de acuerdo. "¡Pero cómo!", gritan los accionistas. "¿Le pagamos millones a este personaje y no garantiza los resultados?". "No", responde el presidente. "No garantiza resultados, sino un cambio en la cultura de esta organización".

Pero no es un escándalo, sino una fiesta. Porque en forma inaudita el insólito nuevo gerente, además de cambiar la cultura, como pedía el directorio... ¡obtuvo los benditos resultados! ¡Nos clasificó al Mundial de Sudáfrica!

Marcelo Bielsa lo hizo, aunque él dice que solo acompaña en el camino. Y tal vez tenga razón. Nos acompaña en un mito muy bien intencionado, pero mito al fin y al cabo, que es la creencia de que en el fútbol, como en la vida, el esfuerzo garantiza el resultado.

Desde luego decir esto es ser medio aguafiestas. Si el esfuerzo no garantiza el resultado, ¿qué lo hace? ¿El consumo indiscriminado de piscolas antes de los partidos? ¿La visita constante de los futbolistas a los programas faranduleros? ¿La aceptación por parte del entrenador de los "líderes de camarín" que arman y desarman los equipos? Por supuesto que no: esa es la ruta garantizada al despeñadero.

Ojalá el esfuerzo garantizara el resultado. Ojalá la vida fuera justa. Pero no lo es. El esfuerzo tiene que ver con aumentar las probabilidades de ganar, lo que es bien distinto que garantizar.

Y eso es lo que ha pasado aquí. Y lo que el señor Bielsa entiende, a juzgar por la nubosa filosofía que nos regala en las contadas oportunidades en que emerge a la luz pública.

Así es la cosa: futbolistas, empresarios, obreros, profesionales, gerentes, técnicos, todos nos lanzamos a nuestros trabajos todos los días sin ninguna garantía de nada, sin certezas, dando más o menos zarpazos en las tinieblas para no caernos, pero con algún grado de conciencia de que si no salimos a trabajar, y si no lo hacemos en serio, no lo pasaremos bien, por decirlo de una manera suave.

Pero para que esto ocurra, para que esta tenue luz de esperanza brille en una organización, alguien tiene que mover las cosas. Tomar las decisiones. En simple: mandar. Y en esto el señor Bielsa encajó en este país como nave proveedora con estación espacial. Para qué estamos con cosas: todo el país está acostumbrado a que alguien mande, y no solo eso: desde antes de la llegada de Bielsa nos contábamos la historia de la organización, el trabajo constante, la persecución seria de los objetivos, el "milagro" chileno, etcétera, etcétera. Fue esta una "ideología" que irrumpió desde el mundo de las empresas, y de hecho la duda era por qué el fútbol todavía no conseguía ponerse en línea con el funcionamiento del país.

Pues bien, parece que Bielsa lo consiguió. Y lo hizo, quizás, de la manera más inteligente. En ese proceso con los jugadores fue distante pero preocupado, serio pero comprensivo, contenido pero apasionado, y así podría seguir con varios otros antónimos simultáneos. Jugadores en su lugar, entrenador en el suyo, prensa allá, afuera, mirando la cosa. Las viejas disputas de autoridad, las aparentemente complicadas pugnas de poder entre jugadores, se arreglaron en un santiamén. Los antiguos y vergonzosos incidentes etílico-sexuales quedaron fuera de Juan Pinto Durán. El que no quería jugar por la selección, bueno, no jugaba. Bielsa no iba a andar rogando. En realidad, el asunto volvió a su cauce normal, jugar por la selección era un privilegio: son los jugadores los que deben golpear la puerta del proceso, no al revés. Los problemas, antes morales, pasaron a ser técnicos: una defensa poco prolija, un jugador lesionado, un planteamiento equivocado en algún primer tiempo.

Para mí, eso es Bielsa. Puede que tenga una personalidad poco común para el medio futbolístico chileno. No lo sé, porque no lo conozco. Nadie, en rigor, lo conoce. Y tal vez esa sea su mejor jugada estratégica: bloquea a la prensa no porque lo molesta especialmente con preguntas tontas, o porque puede dar a conocer la estrategia del equipo antes de un partido importante, sino porque en este misterio, en esta niebla de guerra que rodea su figura, radica su fortaleza. Si no me conocen, no saben qué voy a hacer. El viejo y conocido factor sorpresa.

¿Autoridad más misterio? El afrodisiaco más viejo del mundo, según Henry Kissinger (no lo estoy citando de memoria). Y sin embargo, hay algo en toda esta historia de éxito que no consigo cuadrar, hay algo en este discreto encanto de la autoridad, en esta feliz aceptación de la legitimidad de los que toman las decisiones que me huele a sueño, a aplacamiento, a falta de iniciativa, a poca creatividad, a sometimiento. Es un aroma lejano, tal vez un espejismo o el recuerdo de una pesadilla. Una pequeña campanita que hace tilín tilín desde las áridas y hoy lejanas planicies del fracaso. Un molesto ruidito que ya se fue.

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