lunes, 14 de diciembre de 2009

RICO DEBATE SOBRE LAS EMPLEADAS DEL HOGAR O NANAS...

Con la intención de abrir un delicioso debate el último sábado 12 de diciembre la conocida periodista peruana, Patricia Del Rio, expresó en su acostumbrada columna en un diario capitalino "una supuesta falta grave social" en contra de las nanas o empleadas del hogar, que ha provocado una respuesta en el mismo periódico de otro conocido columnista.


El debate periodístico realmente es jocoso porque uno de ellos de todas maneras queda mal parado, es decir al desnudo por su opinión que de ninguna manera se ajusta a la realidad, pero para evitar mayores especulaciones los dejo con ambos comentarios:







Sorry, Nana

Patricia del Río


Para los periodistas que cubríamos la Parada Militar, la escena fue desconcertante. Gabriela García Nores, la hija mayor del presidente, llegaba elegantísima al patriótico evento, y lo hacía acompañada de una amiga con su pequeña hija. Hasta ahí, todo bien. El problema es que unos pasos más atrás de las elegantes muchachas caminaba, algo tímida, una nana, vestida de blanco, encargada de cuidar a la pequeña.

Hay que decir que, sin que el hecho resultara especialmente grave, sí fue chocante y proyectaba una pésima imagen sobre la familia del presidente. En primer lugar, estábamos en un evento cívico al que todos los peruanos merecemos ir en igualdad de condiciones; en segundo, la nana no solo caminó varios pasos atrás de las señoras por toda la Avenida de la Peruanidad, sino que, a pesar de que los hijos del presidente y sus amigos observaban el desfile desde una cómoda primera fila, a ella la sentaron en tercera o cuarta.


En tercer lugar, en marzo de este año, el presidente firmó el Decreto Supremo 2004-2009-TR, que prohíbe obligar a las empleadas del hogar a usar uniformes en espacios públicos.

Como para completar la metida de pata, todo esto ocurrió a menos de 24 horas de que el presidente García le ofreciera disculpas a la población negra del Perú por el racismo y la discriminación de los que ha sido objeto a lo largo de la historia. Nadie va a negar que la ceremonia, que tuvo lugar en Palacio, fue un gesto importante que se debería extender a otros grupos.


Sin embargo, la lucha contra la discriminación no se gana con grandes discursos y calurosos aplausos, sino que se debe librar día a día, atacando pequeños detalles que delatan una intolerancia que nos permite tratar al otro como un ser inferior, que no se merece nuestro respeto, que no es digno, en un evento cívico y público, de aparecer, simplemente, como un peruano más.

A diario, a miles de ciudadanos se les cierran puertas por el color de su piel, su condición económica o su lengua materna. Los candoshi se mueren de hepatitis B en la selva y, para el Estado, casi no existen. A las congresistas quechuahablantes las tratan con desdén cuando intentan hacer uso de su idioma nada menos que en el Parlamento.


Clubes, discotecas y playas se reservan el derecho de admisión para todos aquellos cuyo apellido no suene lo suficientemente castizo o extranjero. Vamos, seamos sinceros, ¿acaso Alan García le hubiera propinado tremenda patada a Jesús Lora si este hubiese vestido un elegante terno como el de los señores de la Confiep? Lo cierto es que nadie se libra. Cada uno de nosotros es un racista en potencia. El reto está en reconocerlo e intentar evitarlo para, después, no tener que andar ofreciendo disculpas.





Dinner jacket



Ricardo Vásquez Kunze

Mi bella e inteligente colega de estas páginas, doña Patricia del Río, no me ha podido dejar indiferente ante su última columna Sorry, Nana, en la que denuncia un aparente acto de discriminación de la familia presidencial hacia su personal doméstico.


El hecho, según relata la señora Del Río, es que la nana a cargo de los niños de la hija mayor del presidente, asistió al desfile vestida de blanco y a varios pasos atrás de su patrona, que conversaba con una amiga. Luego, a diferencia del presidente y su familia sentados en primera fila de sus tribunas respectivas, a la nana se le asignó un discreto lugar en la tercera fila de los invitados. Esto ha hecho que doña Patricia quede emocionalmente chocada.

El argumento de la señora Del Río es que la Gran Parada Militar es un “evento cívico donde todos los peruanos merecemos ir en igualdad de condiciones”. No lo creo. Si fuera cierto lo que dice la señora Del Río, no habría un protocolo donde el jefe del Estado preside el desfile, seguido por los presidentes de los otros poderes públicos.


Si todos los peruanos fuéramos iguales, entonces el presidente de la Corte Suprema no se habría sentido desairado por ocupar un sitio que no le correspondía y que ocupaba, sin derecho alguno, el ministro de Defensa, Rafael Rey.

Se ha indignado doña Patricia porque la nana iba siguiendo a su patrona. Pero a doña Patricia, como a todos, nos parece absolutamente normal que sea el edecán el que vaya atrás del presidente. Siendo que el edecán del presidente García es negro, pues ni a la señora Del Río ni a nadie sensato se le pasa por la cabeza que la raza del edecán es la que lo ha puesto a la cola del presidente.

¿Qué falla pues en el razonamiento igualitario de la señora Del Río? Lo primero es que la igualdad no es más que una ficción legal que, para más señas, tiene una legión de excepciones, tal como lo demuestra el orden de precedencia en el desfile patrio. Y lo segundo es que la igualdad antropológica es un cuento chino.


Sí pues, señora Del Río, no todos los hombres somos iguales. Los hay con calidades y sin ellas y, por lo general, los que no tienen muchas están abajo y los que tiene algunas están arriba. Pero, en todo caso, si todos tuviéramos cualidades parecidas, entonces, quienes van detrás de otros no van porque sean humanamente inferiores, sino simplemente porque ocupan una situación inferior en la sociedad.

¿Que esto está mal? Tampoco lo creo. Las jerarquías son importantes pues distinguen a las personas y promueven el mérito. Ninguna jerarquía se mantiene en el tiempo sin mérito y el de nuestra clase dirigente está hace mucho en agonía. Yo, por eso, como solo. Pero puedo hacer una excepción e invitar a cenar a la señora Del Río. Le aseguro que tendríamos una deliciosa conversación, con caviar incluido.

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