sábado, 7 de noviembre de 2009

BIELSA Y SU NUMERO DOS...

El trabajo en equipo predomina para alcanzar los grandes objetivos de la vida. Esa es una de las claves del éxito. Saber rodearse de personas que tengan alguna afinidad con uno.


Eso le pasa al gran Marcelo Bielsa, quien goza con su preparador físico en la formación de los jugadores que le toca dirigir.

Aquí la historia del número 2 de Bielsa.




Luis Bonini el número 2


La mano derecha de Bielsa se inició como entrenador de básquetbol y entró al fútbol a regañadientes.

Trabajó transportando latas de películas y en una fábrica de telas.


Pocos saben cuál es su historia.




Hacia fines de 1993 Luis María Bonini se había convertido en uno de los preparadores físicos más importantes del medio futbolístico argentino. Después de ser campeón con Ferrocarril Oeste, partió a River Plate y luego a Independiente de Avellaneda.

Un día, Bonini recibió una llamada telefónica.

Era Marcelo Bielsa.

El técnico de moda en Argentina, dos veces campeón con Newell's Old Boys, le ofrecía ser preparador físico en México.

A Bielsa le habían hablado bien de Bonini y ahora que se iba contratado por el Atlas de Guadalajara, quería que él fuera su número dos.

Bonini aceptó.

Hoy, 15 años después, su figura emerge como el hombre clave tras el DT y la clasificación de Chile a Sudáfrica.

Nada mal en la carrera de alguien que hasta hace algunos años no quería dedicarse al fútbol.

LA PASIÓN

Punta Alta es, según datos oficiales, la ciudad con mejor calidad de vida en Argentina. Ubicada a 673 kilómetros al sur de Buenos Aires, allí nació hace 60 años Luis María Bonini, hijo de un ferroviario y una madre proveniente de una familia de educadores. Fue el segundo de cuatro hermanos.

"Antes de profesor de educación física, quiso estudiar para contador en la Universidad Nacional de Sur. Pudo más la vocación", cuenta, Julio Ayala, periodista de la radio Rosales, de Punta Alta.

Bonini estudió en el Colegio Nacional de Punta Alta, que contaba con una escuela comercial anexa. Sin embargo, casi todos los muchachos recibieron la influencia de un profesor de educación física, Alcides Nadis, quien atrajo a Bonini al deporte de manera decisiva.

Año 1969.

"Pronto se dio cuenta que contador no era lo que quería ser en la vida. Viajó a Buenos Aires y se inscribió en el Instituto Nacional de Educación Física. Eso le gustaba. Estudiaba en las noches y trabajaba en las mañanas", cuenta uno de sus amigos.

En Punta Alta Bonini ganaba un poco de dinero transportando las latas de película que iban a ser proyectadas en las tres salas cines de la ciudad. En Buenos Aires, para pagar la parte que le correspondía del alquiler que compartía con cuatro compañeros, trabajó en una fábrica de telas.

"Era un muchacho inteligente. Muy dedicado y laborioso", dice Alberto Zinger, el profesor que tuvo Bonini en el Instituto de Buenos Aires. "Siempre llamó la atención por eso. Hablaba bien y ponía oreja en todo para aprender".

Después de graduarse comenzó a trabajar en escuelas de Buenos Aires, hasta que Zinger le ofreció el puesto de entrenador del club El Ateneo de la Juventud.

"Un hombre muy pasional, muy dedicado a su trabajo. Un tipo que le ponía atención a la parte humana", recuerda Horacio Pérez, quien jugó bajo la dirección de Bonini en El Ateneo.

El momento estelar como técnico llegó en 1972. La U. de Buenos Aires le encomendó hacerse cargo del equipo que participaría en los Juegos Deportivos Interuniversitarios. La UBA salió campeón. Bonini estaba pletórico.

"No tenía mucho dinero y agradecía la hospitalidad que le dábamos. En esa época conoció a la mujer que sería su esposa", recuerda Zinger.

La mujer de Luis Bonini se llama Liliana Migani. También es profesora de educación física. El matrimonio fue sencillo y la pareja viajó a Europa en su luna de miel. A su regreso conoció a León Najnudel, el "Ruso", el mítico entrenador de básquetbol argentino. Él lo llevaría como su preparador físico al club Ferrocarril Oeste y se transformaría en su mentor.

CAMBIO DE VIDA

En 1979, Bonini era un hombre que vivía para el básquetbol. Pero el día en que sus jefes en Ferrocarril Oeste le pidieron que colaborara con el nuevo técnico del equipo profesional de fútbol, Carlos Timoteo Griguol, tuvo una crisis vital.

Dijo que no.

"Él hacía una gran dupla con Najnudel. Su trabajo fue reconocido de inmediato en el básquetbol", recuerda Luis Martínez, que jugó en Ferro.

Najnudel y Bonini hicieron que el equipo fuese campeón entre 1976 y 1979. Aquello no pasaba en la rama de fútbol de Ferrocarril Oeste, un equipo que transitaba sin pena ni gloria por la primera división del fútbol argentino. Y Griguol, el nuevo DT -serio, trabajador y con la chapa de revolucionario- quería a Bonini. Había visto cómo había transformado a delgados y jóvenes basquetbolistas en hombres fuertes e inquebrantables.

"Pero Luis no quería. Aunque la propuesta era atractiva: había más dinero y el básquetbol, en ese momento, era amateur. En el fútbol estaba la gallina de los huevos de oro", cuenta Luis Martínez, ex jugador de Ferro.

Tras varias insistencias, Luis Bonini lo meditó: era el básquetbol o el futuro laboral. Argentina había ganado el Mundial de Fútbol el año anterior, los militares seguían en el poder y casi se había producido una guerra con Chile. Estaba casado, ya tenía niños, y ese 1979 cumplía 30 años.

Finalmente, Bonini aceptó.

"Cuando estaba en la pretemporada se levantaba más temprano que nadie y a los muchachos los hacía correr. A los cinco minutos estaba al lado, en una bicicleta, alentándolos", recuerda Griguol.

Para él fue duro dejar de trabajar con su amigo-mentor León Najnudel, pero lo que sucedió luego le dio la razón.

En 1981, Ferro se convirtió en campeón del torneo metropolitano de fútbol y subcampeón nacional. Y en 1982 fue campeón nacional. Llevado en andas por los hinchas, Luis Bonini se dio cuenta que el fútbol sería su trabajo y su pasión. Y Griguol, su nuevo mentor.

Pronto su camino se cruzaría con el de Bielsa.

FRACASO Y LEALTAD

Cuando Bielsa lo llamó para que lo acompañe a dirigir el Atlas de Guadalajara, ninguno de los dos lo sabía, pero entre ellos existían notables similitudes: eran profesores de educación física, les gustaba el básquetbol, dirigieron equipos de la U. de Buenos Aires y eran metódicos, estrictos, reservados y obsesivos con sus trabajos. Sólo había una diferencia: mientras uno era hosco y poco comunicativo, el otro, Bonini, era expresivo y afectuoso.

En 1998, tras México, la Asociación de Fútbol Argentina (AFA) le pidió a Bielsa y a Bonini que prepararan a la selección para Corea-Japón 2002. La experiencia fue compleja, dura, exitosa y frustrante. La selección clasificó y se convirtió en favorita para ganar el torneo. Pero eso no ocurrió: quedó eliminada en primera ronda.

A pesar del fracaso, Bielsa y Bonini renovaron contrato con la AFA. Ganaron la medalla de oro en Atenas, perdieron la final de la Copa América de 2004 y cuando la selección estaba prácticamente clasificada al Mundial de Alemania 2006, el equipo técnico renunció, en medio de la sorpresa general.

Bielsa decidía retirarse por un tiempo del fútbol. Y Luis Bonini hacía lo mismo. Tenía la edad y los ahorros suficientes como para esperar una mejor oportunidad.

SIBARITA

Dos años después, Bielsa fue contactado por la Federación de Chile, y Luis Bonini estaba listo para reunirse con su "jefe".

Hoy, Bonini vive solo en un departamento en Las Condes, mientras su mujer y sus tres hijos permanecen en Buenos Aires. Llama seguido a los jugadores para preguntarles cómo están, qué han comido y cuántos minutos han jugado. Es el primero en llegar a la cancha y el último en abandonarla. Y le gusta la buena comida (un amigo dice que podría perfectamente editar una guía gastronómica en Buenos Aires).

Javier Maretto, un ex jugador de Ferro, lo retrata así:

"Yo estaba lesionado y fuimos al doctor. Me había roto los ligamentos de la rodilla y se me acortaba la carrera. Luis me dijo: te vamos a recuperar. Desde ese día no dejó de acompañarme en la recuperación física. Y me hacía sufrir, sin miramientos, ni nada. Pero siempre estaba allí. Afectuoso y exigente. Gracias a este animal pude recuperarme en seis meses y jugué hasta los 40 años. Es una de las personas más importantes de mi vida".

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